
Neptus








Poseidón llevaba siglos sin salir de sus estancias. Abdera, la suma guardiana, formaba delante de las puertas quitinosas junto a la guardia personal del señor de los océanos. El dios se había debilitado. Los humanos lo habían olvidado. Pervivía gracias a leyendas y tradiciones inconexas. No era el único dios caído casi en el olvido. El mismísimo Zeus se resentía de aquella falta de adoración. Todo ello era conocido por Neptus, Monarca de los tritones y sirenas. Tuvo la osadía de autoproclamarse emperador de los océanos, título perteneciente a Poseidón por derecho. El pueblo bajo los océanos creyó que caería fulminado por el tridente del dios en cuanto usurpó el título. No fue así. Aquel hecho hizo que gran parte de los sirénidos se unieran al monarca disidente. El acto de sublevación les mostró a todos que Poseidón había desaparecido. Por aquella circunstancia, Abdera esperaba la irrupción del usurpador en el palacio de coral. Neptus llegó hasta las mismas estancias de Poseidón. Necesitaba el tridente que le daba el poder supremo sobre todas las aguas y las guardianas se interponían en su camino.
–¡Atrás, Neptus! Ningún tritón o sirena puede nadar aquí.
–¿Es que no reconocéis a vuestro soberano? He venido a por lo que me pertenece, por derecho.
–Por derecho, deberías ser castigado. Somos inmortales. Las ciento y una sirenas que veis, hemos comido ambrosía del Olimpo. Nos han adiestrado los dioses; yo misma he sido entrenada por Athenea. Si osáis cruzar a las estancias de Poseidón, os mataremos a todos.
–Deberías medir tus amenazas, Abdera, la suma guardiana, pues traigo a todo un ejército conmigo. Soy un buen soberano y puedo ser generoso con aquellos que me apoyan. Ofrezco el mismo trato de favor que obtuvisteis con nuestro difunto señor.
–Poseidón no es señor o monarca. Es tu dios. Si no comprendes la diferencia es porque eres un necio. Nadie rebaja al dios Poseidón a simple señor. Pagarás por la blasfemia, Neptus.
–Vengo con la mano tendida y, sin embargo, me insultas y desprecias ¿Te enfrentarás a mí sólo por el recuerdo de un dios apagado?
–Eso es lo que haré. Nadaréis en la laguna Estigia si no retiras a tus tropas. Para ti no hay salvación, Neptus el usurpador. Estás muerto. Nadie trata de ocupar el lugar de Poseidón y sobrevive para jactarse de ello.
Neptus no esperó más de aquellas negociaciones y movió su cola, dando la señal para el ataque. Abdera percibió la intención en aquel gesto; se propulsó como una flecha con la punta de la lanza por delante de su cabeza en un claro intento de ensartarlo. Neptus fue rápido, encorvándose hacia atrás e impulsando con su aleta el cuerpo en una circunferencia perfecta. Había conseguido esquivar el ataque y clavar la punta de su lanza, hecha de cuerno de narval, en la cola de la guardiana. El movimiento punzante había sido perfecto, entrando y saliendo con la velocidad de un aguijón. Un reguero de sangre teñía el agua alrededor de la guardiana. Dejó una estela sangrienta a su paso hasta que la sangre dejó de fluir súbitamente. Encarándose de nuevo contra el usurpador, la guardiana impulsó lanzadas en golpes veloces que desplazaban el agua en finos proyectiles. Abdera avanzaba moviendo su cola con fuertes impulsos mientras que el monarca permanecía inmovilizado ante el ataque. Los proyectiles acuosos impactaban en el escudo que interponía Neptus en el último momento. Alrededor, las guardianas de Poseidón dejaban decenas de guerreros flotando inertes en las aguas. El grueso de la tropa fue repelido hasta el jardín de coral. Neptus estaba aislado; unos pocos guerreros caían alrededor de él, tratando de defenderle. Aunque el tritón soberano había parado todos los golpes de Abdera, inevitablemente resultó herido en su costado. La lanza de la guardiana lo traspasó limpiamente. La sirena se valió de un pequeño hueco en su defensa para realizar un certero ataque. Abdera creía tener al usurpador vencido cuando éste retrocedió de cuatro poderosos golpes con su cola; tomó la caracola que llevaba en bandolera y sopló por ella. Liberó una extraña vibración que removió todas las aguas a la redonda. Abdera trataba de rematar al señor tritón, haciendo caso omiso a la molesta vibración sonora. Neptus se parapetó en su escudo de escamas, cubriendo los ataques de la suma guardiana, sin dejar de soplar la caracola. Cuando su escudo se quebró en pedazos, cientos de pequeños tentáculos inmovilizaron a la guardiana. Las criaturas habían acudido a tiempo ante la llamada. Se trataba de retoños de kraken, con miles de años por vivir, del tamaño de un tritón adulto aunque letales por su voracidad. Llenaron las estancias por centenares y se enredaban sobre el cuerpo de vanguardia de Poseidón a gran velocidad. Las guardianas se veían incapacitadas y superadas por las criaturas abisales. Los guerreros de Neptus habían caído por centenares y solo los retoños de kraken crearon la oportunidad que necesitaba el monarca. Neptus, soportando el dolor y dejando un reguero de sangre flotando a su paso, llegó hasta la inmovilizada Abdera. Cada trozo de carne que arrancaban los retoños se regeneraba rápidamente. Abdera se debatía, tratando de separarse de los tentáculos. Una de las criaturas roía con su pico las vísceras de la guardiana.
–Yo soy el nuevo dios, Abdera. Terminarás por reconocerlo. No te quepa duda. –El rostro de Neptus había reflejado cierta simpatía. Abdera no podía responder, un tentáculo enredaba su cuello mientras ella atravesaba de un lanzado al retoño de kraken que la estaba devorando.
Usando la caracola de nuevo y entonando una vibración distinta, el soberano llamó a Physeter Rex, el señor de los cetáceos. La criatura apareció momentos después con un nadar pesado, procedente de las profundidades. El leviatán solo tuvo que empujar con su cabeza las grandes puertas quitinosas, abriéndolas de par en par. Acto seguido, el cetáceo apartó su cuerpo de allí, atraído por los retoños de kraken, los cuales perseguía y devoraba cuando conseguía alcanzarlos. El usurpador cruzó las puertas sujetándose el costado. En el centro de la estancia resplandecía el tridente, cuyo poder creaba ondulaciones en el agua. Estaba anclado por centenares de algas que lo enredaban y crecían de una sola grieta en el suelo. Neptus alzó su brazo escamado y arrancó el tridente del abrazo de las plantas. En seguida se sintió mejor con el arma de Poseidón en sus manos. Una energía desconocida sacudió todo su cuerpo. Se sintió vigorizado y la herida sangrante se cerró de súbito. Aquella fuerza llenaba su interior. Era potente como las corrientes de las profundidades; pesada como el agua abisal. Neptus soportaba la energía de todos los océanos, tal y como había ansiado. Sin embargo, lo estaba aplastando hasta reducirlo a la nada. Lo que había sido Neptus, el monarca de los tritones, dejó de existir. En su lugar, Poseidón ocupó un cuerpo mortal de tritón al cual le otorgó la fuerza necesaria para albergarlo. El cuerpo del soberano Neptus crecía a la par que su alma era extinguida. Poseidón había retornado a su casa. Salía de sus estancias para dar a conocer su llegada.
La lucha se detuvo. Los retoños de kraken huyeron de vuelta al abismo y Physeter Rex se aproximó a Poseidón mostrando sus respetos. El cuerpo de Neptus era ahora la mitad de grande que el del señor de los cetáceos. Las guardianas se aproximaron para formar a su alrededor, regenerando con rapidez brazos, colas y escamas. Los guerreros supervivientes reconocieron al dios soberano de todos los océanos al instante y se humillaron ante él o emprendieron la huída. Abdera nadó hacia su dios mostrando reverencia en el movimiento. Las heridas continuaban cerrándose cuando alcanzó a Poseidón y se postraba sumisa ante él.
–Has sido buena guardiana, Abdera. Tu fervor me conmueve.
–Mi único y venerado dios Poseidón…
–Te he engañado valiéndome de este tritón ambicioso. Debía ser así, no he encontrado otro medio para volver.
–¿Puedo preguntar dónde ha estado nuestro adorado dios? Han pasado siglos, la gente ha olvidado su presencia, oh mi dios Poseidón…
–Para mí han transcurrido instantes, mi leal Abdera. Tengo cosas que hacer y me acompañarás en la realización de esta empresa.
–¿Qué debo hacer por mi más adorado dios?
–Necesitamos que la nueva humanidad nos conozca. Debemos reunir acólitos. Prepara a los hipocampos, subimos a tierra firme.
Antiguamente se atribuían los cambios en el clima a los enfrentamientos que los dioses tenían entre ellos. Los elementos hacían del hombre temeroso pero, ahora, el hombre no tiene miedo. Ha aprendido a medir y prever los desastres que los dioses ocasionan en letargo. Esa previsión les llevó a la autoconfianza. Aquella autoconfianza se tradujo en pavor con el tiempo. De poder prever el clima con semanas de antelación apenas conseguían acertar a pocos instantes las temperaturas o las tormentas. El hombre moderno se sentía impotente; había olvidado que el control de los elementos pertenecía a los dioses.
