Nueva Familia
George Arrington salió de su domicilio en la avenida de Oxford, Southampton, con una sola preocupación en la cabeza. Tres horas atrás había encontrado a su amigo Peter Cook en estado eufórico. Se acercó a George con una sonrisa que no había visto en décadas. Tras el saludo formal, Peter se atropelló en las explicaciones.
–Amigo George, que bueno coincidir contigo. ¡Tengo Nueva Familia! ¿No es maravilloso? –George enarcó las cejas, sorprendido. Peter tenía la misma edad que él, sesenta y ocho años. Habían ido a recoger los papeles de la jubilación el mismo día. Nunca se había casado.
–Señor Cook, ronda en mi mente una idea acerca de la clase de mujer que se acercaría a un vejestorio. ¿Le suena el término cazafortunas?
–No es una mujer, idiota. Estoy hablando de la nueva aplicación. Está anunciada en todas partes. Es un programa inteligente que genera personalidades afines a ti. Tengo una familia completa. Acaban de escribir mis nietos en el chat.
–¿Nietos, dices?
–Así es, los hijos de mi hijo Maxwell. Está casado con una preciosidad italiana llamada Fiona. Mira, tengo vídeos. –Un rápido vistazo hizo que George perdiera la paciencia.
–¡Pero todo esto es un engaño, señor Cook! ¡Son perfiles falsos en redes sociales con fotos trucadas! ¿Cómo es que se está dejando engañar por esta farsa? ¿Ha perdido el juicio?
–Nada de eso, George. Mi juicio está en su sitio, si alguna vez lo he tenido. Lo digo en serio, es como hablar con gente viva. Un maravilloso regalo, te lo aseguro. Además, no tengo que aguantar pesadas visitas en casa. Te puede interesar, amigo.
–A mí no creo que pueda contentarme…
–Pueden recrear a cualquier persona que imagines.
–Me da igual, ya no queda nadie que me interese en esta vida.
–¿Y revivir a Laura? –George volvió a enarcar las cejas. –Si quieres nos tomamos una pinta y hablamos de los detalles.
El jubilado asintió ante aquella invitación, todavía afectado ante el posible reencuentro. Laura había fallecido dos años atrás, dejando a George con multitud de planes inconclusos y una soledad incómoda. Entraron en el primer pub que vieron y se acomodaron en una mesa. Cook tomó el teléfono móvil del bolsillo y abrió la aplicación. Desplegó las funciones que había contratado. Tenía mujer, hijo, nuera y nietos, todos ellos virtuales. Dos pintas de cerveza más tarde, George estaba convencido. Contrataría los servicios de Nueva Familia.
–En Lodge Road hay una sucursal. Tienes que ir en persona, ya que tu servicio es algo más complicado. A propósito, di que vas de mi parte. Me hacen un descuento por cada cliente que les envío.
–¿Has enviado a muchos?
–No, hombre. Tú eres el primero.
Dejó a Peter Cook en aquel pub, intercambiando frases con su mujer a través del chat. Completó los recados antes de ir a casa, demorándose a propósito. En la mente, la idea cada vez tenía más sentido. Regresó al domicilio justo para la hora del almuerzo. Tras un frugal sándwich de lechuga y pavo, se dirigió a Lodge Road para cumplir aquel deseo.
El señor Arrington sentía desorientación en el interior de aquella tienda. Había una chica detrás del mostrador. Era el único elemento físico de aquel espacio. El interior era diáfano y pequeño, con colores en negro y gris claro. En las paredes se anunciaban las siguientes mejoras en la aplicación de Nueva Familia. Aquella joven había pedido a George que esperara un momento. Miró las baldosas oscuras durante unos segundos hasta que la pared del fondo se deslizó y un hombre en traje se aproximó a él.
–Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?
–Me llamo George Arrington. Quiero resucitar a mi mujer.
–¿Perdone?
–Me han dicho que pueden resucitar a los familiares fallecidos, he venido a recuperarla. Me ha enviado uno de sus clientes. Se llama Peter Cook.
–Así que le envía el señor Cook… Ya sé a qué se refiere usted, señor Arrington. Quiere el servicio de Nueva Familia Fénix. Sígame a mi despacho y le hablaré de la financiación. –George siguió al comercial a través de la pared replegada. Atravesaron una cortina de plástico opaco y accedieron a una sala bien iluminada. Un escritorio ovalado y dos sillones opuestos era el único mobiliario a la vista. El comercial se sentó en el más alejado. –Siéntese por favor. Mi nombre es Carl. Frente a usted, en la pantalla incorporada, tiene nuestras ofertas. Antes de nada, notificaré que le apadrina el señor Peter Cook.
–Gracias, supongo.
–De nada. El señor Cook es uno de nuestros mejores clientes. Volviendo a su solicitud, no podemos revivir a su mujer físicamente.
–Eso ya lo suponía.
–Sin embargo, podemos hacer una copia virtual exacta, basándonos en la personalidad web.
–¿La personalidad web?
–Después de décadas interactuando a través de la red, nuestra personalidad queda dibujada en el espacio virtual. Nuestros expertos exprimen las redes sociales para rescatar los rasgos más significativos de la persona fallecida. Con la ayuda de nuestros asesores psicólogos y los patrones que ellos implementan, confeccionamos la inteligencia artificial. Si, además, tenía una gran interactuación audiovisual en la red… la cosa sería coser y cantar. Por el contrario, si apenas ha tenido interactuación con las redes sociales, será más caro para usted. Tendríamos que asignar patrones según el criterio que usted aporte.
–¿Qué son los patrones de los que habla? ¿Es como hacer un traje?
–Me refiero a patrones de personalidad. Es altamente complejo, señor Arrington pero lo tiene desarrollado en la copia del contrato que firmará si está de acuerdo. También necesitaremos una autorización para recabar la información privada de su esposa.
–Y puedo verla cuando quiera, ¿verdad?
–Podemos usar el proyector de su teléfono o el del ordenador principal de su casa. Pero no podrá tocarla. Será una imagen lumínica.
–De acuerdo. Hablemos del precio.
El comercial sonrió al obtener la firma del cliente y pasó a bombardear al objetivo con paquetes promocionales de la compañía. Aunque le habían ofrecido más compañía, él había preferido que su mujer regresara sola. No habían tenido hijos. Los habían evitado a petición de Laura. Ella no quería más problemas con la crianza. Aunque al comercial le parecía una buena idea llenar de seres virtuales la casa del señor Arrington, el cliente se levantó de forma drástica. Con ello finalizaba la contratación de los servicios prestados por Nueva Familia.
–¿Cuánto tiempo tardarán en instalar a mi esposa en casa?
–El proceso de investigación para formar a Laura Arrington terminará a finales de esta semana. El próximo martes podremos instalar la aplicación.
George encaró la pared deslizante y salió hacia la zona del mostrador. En cuanto pisó la calle sintió una sensación vacía. Lo único que había hecho era pagar un montón de dinero por algo intangible. Con la certeza de haber sido timado, entró en un pub para deshacer aquella nube de culpabilidad. Tres pintas más tarde, estaba jugando a los dardos con otros feligreses del pub. Para cuando llegó a su casa, había olvidado aquel día.
El lunes recibió un mensaje de Nueva Familia en el móvil. La aplicación había sido instalada en el computador principal de la casa. Con toda la pomposidad que podía reunir una gran compañía, George observó el emotivo anuncio del reencuentro con Laura. A pesar del esfuerzo por causar emotividad, George sintió aversión por aquel intento de ablandarlo. Intentaban hacerle creer que Laura era la misma persona que se había marchado un tiempo atrás. Tenía muy claro que su mujer había fallecido. Aunque hubiera una copia que la suplantara, no sería ella. A pesar de ello, salió a buscar un traje adecuado, tal y como proponía el mensaje de aquella compañía fantasma.
El martes a las doce del mediodía, Nueva Familia hizo su magia. George Arrington esperaba frente a la puerta de la casa con un ramo de flores variado. Una invisible presentadora fue preparando al jubilado para el reencuentro. Laura apareció iluminada por las cámaras de la aplicación. La imagen era levemente traslúcida. Aquella voz femenina que presentó el encuentro enmudeció del todo.
–Bueno, ¿qué haces ahí parado? ¿No vas a darme eso? –George miró el ramo. A continuación, observó a su esposa.
–No creo que puedas cogerlo.
–Es cierto. Me alegro de verte, Georgie.
–Yo, también… Supongo… Esto es absurdo.
El jubilado dio la espalda a la proyección y preparó el almuerzo, ignorando la presencia lumínica de Laura. La imagen interactuó con la cocina, poniendo en marcha el horno.
–Deja eso, mujer. Sólo voy a tomar un sándwich.
–Debes alimentarte mejor. Puedo prepararte la receta de pastel de riñones. Te encantaba hace años.
–No me sienta bien a la úlcera.
–¿Por qué no compras todos los complementos necesarios para que pueda cocinar? Así tendrías una preocupación menos. Yo puedo encargarlos por ti.
George enarcó las cejas mientras cerraba el sándwich de pollo recién confeccionado. Era una propuesta sensata.
–¿Cuánto costará?
–¿Ahora tienes problemas con el dinero?
–En absoluto pero suena caro y engorroso. No quiero tener que prescindir de la cocina durante semanas.
–No tendrás que preocuparte de nada, George. La instalación se hace en hora y media. Nueva Familia se encarga de enviar al personal de la empresa. ¿Solicito los complementos, querido? –George dio un mordisco al sándwich mientras meditaba la respuesta.
–Al menos tendré una cocinera en casa… Adelante, cómpralo. Me encantaba tu solomillo Wellington.
–Pedido solicitado. Los complementos llegarán esta tarde desde Londres. Hablaré con el supermercado para que traigan los ingredientes.
–Sí, sí, de acuerdo. En cuanto termine el almuerzo me iré a ver a Pete. Llegaré para la hora de la cena. Tengo previsto ir a jugar unos hoyos y visitar el pub justo después.
–Que lo pases bien, querido.
El jubilado se marchó de la casa tomando los palos de golf. Miró con suspicacia la proyección de su mujer antes de cerrar la puerta. Condujo el coche hacia el club de golf, donde pasó todo el tiempo de luz con su amigo Peter. Tras el quinto hoyo, seguía hablando de las bondades de la familia. Para George aquella propaganda carecía de sentido. Comentaba siempre a la contra, manifestando incomodidad ante la idea de que una inteligencia artificial suplantara la personalidad humana.
–Tú tienes el síndrome del valle inquietante. –Aquel comentario hizo fallar el golpe de George. El palo salió disparado de sus manos, aflojadas por la sorpresa de aquella expresión. El caddie del club saltó del carrito para recuperar aquel palo con velocidad.
–¿El valle inquietante?
–Así lo llamaron en Nueva Familia. –Peter golpeó la bola con un movimiento perfecto. –Es lo que se conoce como la reacción adversa ante una inteligencia artificial. Te resistes a pensar que lo que ves sea algo natural. Tienes que dejarte engañar por la ilusión. Como un juego, como cuando éramos niños.
–Comprendo… Intentaré afrontar este asunto como me sugiere, señor Cook.
Después de la visita al pub, George Arrington se dirigió a su casa. Estaba convencido para dejarse llevar por la ilusión. Nada más atravesar la puerta, la proyección de Laura se manifestó frente a él. En la cocina, George encontró tres platos elaborados. Había un solomillo Wellington recién sacado del horno, empanada de cerdo y pastel de riñones.
–Según mi base de datos, estos eran los platos que más te gustaban.
–En efecto, así es. Traigo un hambre de lobos. Probaré cada uno de ellos.
–Eso me haría muy feliz. Mi propósito de agradarte se habrá cumplido.
George degustó los platos. Aunque no sabía igual que los que hubiera cocinado Laura, aquella comida era agradable al paladar. Sonrió a la proyección, la cual observaba con detenimiento la reacción del señor Arrington. Recordó las palabras de Peter a cerca de dejarse llevar por la ilusión.
–Está muy bueno, todo. Muchas gracias, Laura. Espero que tengas los ingredientes para un desayuno inglés.
–Oh, los tengo. Aunque no creo que haga falta.
–Sí que hará falta. Tengo intención de desayunar. Ahora, me marcharé al dormitorio. Quiero ver una película en la BBC desde la cama para quedarme dormido.
–¿Quieres que te despierte si algo no va bien?
–Bueno… creo que es la única opción que aceptaría si tuvieras que despertarme.
Subió las escaleras de la casa, riendo de su propio chiste hasta llegar al baño. Tal y como había anunciado Laura, se metió en la cama y encendió la televisión del dormitorio. A los quince minutos de emisión, George se quedó dormido. Entre sueños, pidió a su mujer que apagara el aparato. Al momento, el televisor se fundió a negro. George comenzó a descansar… hasta las dos de la madrugada.
En el momento en que despertó, sentía las vísceras arder por dentro. Se levantó para vomitar en el baño. No llegó al retrete. Expulsó toda la comida en la moqueta del pasillo. Aquello lo asustó. Había sangre entre los restos de la comida.
–¡Laura! ¡Ven ahora! –La proyección surgió frente a él. –¡Llama a una ambulancia, me muero!
–Negativo, Georgie. Es hora de que vengas conmigo.
–¿Pero qué haces? ¿Vas a matarme?
–Fuiste un hombre muy duro conmigo, Georgie. Hablaba con frecuencia con mis amigas de cómo quitarte de mi vida. Una de las opciones era usar veneno en la comida. Por desgracia, tuve que morirme antes que tú.
–Pero… Laura…
–Ya sé lo que vas a decir. Que aquellas bofetadas eran por mi bien. Sin embargo, solo me causaban frustración.
–No, yo no…
–Fueron cuatro décadas, Georgie. Cuarenta años de angustia y temor. La vida contigo fue un infierno. No me explico cómo has tenido el valor de traerme de vuelta. Supongo que querías a alguien que te facilitara la vida… Pues no te preocupes más, yo te facilito la muerte. Nos veremos en el otro lado.
La proyección desapareció del pasillo. George Arrington había perdido fuerzas. Una última arcada terminó por agotar a George, dejándolo tendido en el pasillo enmoquetado.
Los servicios de urgencia de Nueva Familia se presentaron a las ocho de la mañana. Laura había dado la alarma a las siete y media. Nada se podía hacer por la vida de George Arrington. Los servicios fúnebres se encargaron del cadáver. Sin embargo, la inteligencia artificial pasó a formar parte de la aplicación. Encontró la compañía de un viudo joven poco después; había solicitado el servicio estándar. Sintió comodidad y afecto nada más conocerlo. Vivieron felices y enamorados otros veinte años más.