Ocaso
Los supervivientes se adentraron en Avenza, la primera ciudad controlada por los Académicos. Un último control militar los separaba del territorio neutral. El obstáculo fue superado gracias al equipo Presagio. Raquel había recuperado sus fuerzas, avanzó con su equipo de desertores hasta el control. El grueso de supervivientes esperó escondido en la espesura del bosque. Raquel intercambió algunas palabras con el oficial al mando. A los dos minutos, los supervivientes fueron trasladados hasta la ciudad en dos camiones del ejército. Los soldados volvieron a su puesto con una ligera confusión mental. La Guardiana Suprema se ocupó de poner a salvo a los supervivientes. Cuando todos encontraron un refugio o un transporte hacia el norte, se ocupó del problema principal, debía encontrar al rector de aquella ciudad. Contó con el equipo Presagio para que la acompañara. Raquel no puso ninguna objeción. Marcio e Inés se quedaron con la Guardiana Suprema. Necesitaba ayuda para rastrear a un hombre que jamás había conocido. Comenzaron por la librería Atlas. El dueño les indicó otra dirección en un centro privado de estudios. De allí pasaron a un taller clandestino. De allí se movieron al prostíbulo más frecuentado de Avenza donde consiguieron la última dirección. El centro de investigaciones avanzadas Isalis.
Aquel lugar era extenso, sirviendo de centro de educación. El complejo lo formaba un edificio enorme dotado de tres módulos. El central estaba orientado a la enseñanza. Los demás albergaban toda clase de investigaciones prácticas. El grupo de siete personas buscó la oficina del director. Los alumnos fueron indicando el camino. En el interior, cuatro Académicos reunidos discutían frente a una pantalla de ordenador. Ágreda carraspeó para atraer la atención sobre ellos.
–¿Quiénes son ustedes? Está prohibido estar aquí sin cita previa.
–Mis disculpas, busco al rector Carlo.
–Vicente Carlo, ese es mi nombre.
–Soy la Guardiana Suprema Teresa Ágreda. El Gran Maestre Dero me pidió que liderara a los supervivientes hacia Ógredo.
–¿Dónde está?
–Muerto. Me dijo su nombre y su cargo. He venido a por ayuda. Nuestras congregaciones guardan una alianza desde hace siglos. Haga válida esta alianza. Necesitamos que alguien como usted nos presente en la ciudad de la ciencia.
–Comprendo… tiene que llegar al Mausoleo y me necesita para ver al Edicto Palesia… No puedo ocuparme de ello. Tengo que resolver algunos problemas.
–¿Y alguien de su confianza que nos lleve hasta allí?
–No puedo prescindir de nadie. Estamos al borde del cataclismo. Nuestra civilización está en peligro.
–Por eso estamos aquí. Creo que podemos resolverlo –dijo Raquel –. Ese final es la destrucción completa de nuestro país, tal vez de todo el planeta. Lo muestran las gráficas del ordenador. Parece un resultado inevitable. En el Mausoleo sí que podríamos cambiar las cosas.
–¿Usted quién es?
–Una prelada de la Hermandad Roja que ha decidido desertar con todo su equipo.
–¿Por qué?
–En Barcino adquirí un parásito. La Hermandad Roja quiere sacármelo a la fuerza.
–Parece absurdo.
–Su diosa lo necesita. Cree que está perdido al otro lado de la realidad pero no tardará en darse cuenta de su error. Vendrá en cuanto lo detecte. Ese será el momento del fin.
–¿Cuándo ocurrirá eso?
–Cuando el parásito se libere de la prisión mental donde le he encerrado.
–¿Y por qué lleva un parásito astral en su mente? Podemos extraerlo con máquinas Kirl-Ilean. Destruiremos esa molestia en un parpadeo.
–Este parásito es grande. No tengo la seguridad de que funcione.
–Hay otra razón para preservarlo. Es la clave para destruir a Jaziel. –Ágreda tuvo un atisbo de recuerdo. Oscar Dero le había dicho qué hacer en sus sueños –¿Sabe construir un cabezal nexo-dimensional?
–Ni siquiera sé de qué está hablando. Si pretende hacer algún conjuro de esos que hacen ustedes, aquí no funcionará. Tenemos campos de disrupción de poder por toda la zona. El incidente de Canalejas y Barcino nos ha puesto a prueba.
–Debemos concentrar poder en el astral para generar un patrón nuevo –Ágreda hablaba con entusiasmo–. Rompería el bucle de entropía y serviría de foco para contactar más allá de las esferas, pudiendo variar los acontecimientos preestablecidos. Incluya una simulación bajo estos parámetros. –Escribió rápido sobre un cuaderno en blanco. Carlo tomó las notas y las rechazó a continuación. Aquello no tenía sentido.
–¿Una comunicación con alguien más allá de las esferas? ¿Con quién? ¿Otro dios? Nos sobran dioses últimamente. Están poniendo en peligro nuestra existencia.
Ágreda volvió a tomar el cuaderno y extendió el contenido de sus ideas. Según escribía, iba manifestando más nerviosismo. Su brazo se sacudía con violencia aunque el trazo de las palabras era perfecto. La intensidad de los movimientos fue creciendo, llenando las páginas de aquel cuaderno en segundos. La información salía de su mano con una velocidad sobrehumana. Su mirada era vacía, con los ojos en blanco. A pesar de aquello, era consciente del entorno.
–Vuelve a manifestar otro episodio.
–¿Qué le pasa? ¿Está poseída? –El rector dio un paso atrás, mostrando rechazo.
–Creemos que sí –dijo Fernando –. Es la segunda vez que ocurre. La entidad está intentando comunicarse. Pasará en cuanto termine. –El veterano apoyó las manos sobre los hombros de Ágreda, susurrando algunos mantras que ayudaron a que el pánico de la mujer se mitigara.
La información fue tomada con incredulidad por parte de los Académicos. Carlo fue cambiando el rostro según leía la nerviosa caligrafía de Teresa Ágreda. A la tercera página, estaba contrastando cálculos para comprobar la veracidad de las anotaciones. Marcio e Inés repetían los mantras junto a Fernando para calmar la ansiedad de la Guardiana Suprema. El veterano agente mostraba síntomas de cansancio. Ágreda debía ser apaciguada para que terminara en el menor tiempo posible.
–Nicolai, introduce esta información en el computador. Transfórmalo como hicimos en el primer experimento.
El compañero Académico terminó de programar aquellos parámetros media hora después. Ágreda seguía llenando el cuaderno con información; los cánticos y los dedos de Nicolai tecleando en el ordenador eran los únicos sonidos del despacho. Carlo sintió un escalofrío. Rechazaba toda aquella superstición. Su asistente terminó y proyectó la gráfica en el monitor. La pantalla reprodujo una singularidad divergente que salía de la gráfica.
–¿Qué quiere decir? –preguntó Octavio.
–Está solucionado. Sale de la gráfica porque tiende a infinito. Deja de ser un parámetro en bucle –el rector Carlo encaró la mirada blanca de Ágreda –. Si estás escuchando, dinos cómo podemos resolverlo.
La Guardiana Suprema asintió al rector con un movimiento lento. En el cuaderno, los trazos pararon en seco para iniciarse de nuevo en otra página nueva. El cuaderno se agotó y fue Nicolai el que proporcionó uno de recambio. El rector Carlo se apresuró a devorar la información de las páginas recién escritas.
Cuando la tarde comenzaba a caer, Ágreda recuperó su estado normal. Había completado tres cuadernos de doscientas páginas. El rector leía con detenimiento y contrastaba la información con los conocimientos que poseía. Iba trasladando los resultados a sus colaboradores conforme cercioraba los cálculos.
–Es posible que podamos construir la estructura como has detallado. En dos o tres meses, tal vez menos.
–Debe estar cuanto antes, hay que derivar todos los recursos a nuestro alcance para terminar en el menor tiempo posible. No hay elección.
–Tendrá que aprobarlo el Edicto Palesia, yo no puedo hacer nada.
–Entonces llévenos allí.
–¿Y qué se supone que debemos hacer cuando tengamos construida esta cosa? –dijo Nicolai, examinando las conclusiones del rector Carlo. Va a medir unos cuantos metros, según mis cálculos
–¿Alguna respuesta, Guardiana Suprema de los Heraldos?
La mujer seguía pálida, las visiones de su mente se aclaraban poco a poco y aquello no le gustaba. En su sueño estaba dentro del mausoleo, en la sala del conocimiento. Allí se alzaba el cabezal que unía la energía más allá de las esferas con su plano de realidad. Luego todo era caos.
–Hay que trasladarlo, quizá sea mejor construirlo allí mismo.
–Hay que llevar este asunto con mucha discreción, no solo por la Hermandad Roja, también por el exterior. He escuchado que somos el centro de atención de todos nuestros países vecinos.
–Era de esperar, desde que Jaziel se ha manifestado temen que inicie una guerra –dijo Octavio, estaba a punto de salir. Su estómago le gruñía por el hambre.
–Lo hará –dijo Raquel –. Si yo fuera el presidente de Lusitania o Albión dirigiría todas mis cabezas nucleares hacia aquí.
–Es cuestión de tiempo. Tal vez necesiten más información para bombardearnos–dijo Nicolai, consultando las notas que Ágreda había escrito –.En cualquier caso, nos destruirá una diosa o nos veremos reducidos a cenizas por la lluvia nuclear.
–Está bien, iremos a Ógredo. Construiremos esta cosa en el Mausoleo.
El rector vació de gente su despacho, saliendo el último y activando el sistema de seguridad.
Hicieron una breve parada en la cafetería, donde se alimentaron y aliviaron las necesidades de su cuerpo en el servicio. Agreda se sentó frente al ventanal. Se percató de cuanto necesitaba aquel menú universitario para recobrar sus fuerzas. Contempló el ocaso, escuchando de fondo la charla intrascendente de sus compañeros. Su mente había asumido que lo inevitable debe abrazarse como si fuera de la familia. Terminó de comer antes de lo que había supuesto. Había devorado el plato combinado con apetito. Fue consciente de la sombra del futuro. El ocaso había llegado, poniendo fin a aquel estresante día. La oscuridad fuera del ventanal contrastaba con la luminosidad de la cafetería, repleta de estudiantes optimistas. Sintió la importancia de aquel momento, también era el ocaso de muchas vidas.