Rescate
Nestor Josh ajustaba la silla de mando frente al panel de control. La Hagger respiraba electricidad alrededor de él. El reactor Hoover producía mucha más energía de lo que el carguero de guerra necesitaba, incluso a mínima potencia. Todos los sistemas estaban en verde. Comprobó los anclajes con la estación. Sabía que la capitana Morgan estaría observando desde la torre de control. Desacopló el carguero pesado del muelle de atraque y la nave flotó con suavidad hasta propulsarse a velocidad de crucero. La estación espacial Astila fue quedando atrás poco a poco.
–Microsalto, teniente Oaki. Establezca punto de fase en el límite del sistema. Desde ahí saltaremos a balizas aleatorias hasta llegar al sistema Trípoli. No olvide renovar la identidad en cuanto completemos cada salto, tal y como practicamos.
Aquel joven era el mejor informático que había encontrado en mucho tiempo. Provenía del Pies Grandes. En cuanto conoció sus aptitudes, Josh hizo todo lo posible para que acabara en la Hagger. Morgan había encolerizado cuando le pidió aquel favor aunque se percató en seguida de que debía reabastecerse de tropas. El número de tripulantes se había mantenido por debajo del centenar demasiado tiempo. A pesar de todo, escuchó a su primer oficial. Completó sus filas con los hombres de Bolton. Otros supervivientes de la batalla de Perseus cumplían funciones básicas en la Drakenstern, infravalorando sus capacidades. Trescientos tripulantes nuevos ingresaron en la Hagger, pasando por el obligatorio sello de lealtad.
La flota de MORBO asociados ascendía a cuatro unidades, contando con el crucero de batalla capturado. Morgan debía arreglar asuntos administrativos importantes, entre ellos el de la concesión de rangos y ascensos. A Josh le costó varias noches, muchas botellas de ron y varios kilos de tabaco Surano convencer a la capitana de que le dejara viajar a Trípoli. Tenía dos cosas en contra, la primera era que quería ir con la Hagger, sin estar ella al mando. La segunda, que quería traer de vuelta al peor oficial que Morgan había conocido nunca: Silver Phoenix. Las dos solicitudes fueron denegadas, a pesar de la petición grabada del propio Phoenix. A pesar de aparentar auto suficiencia, se le veía bastante deteriorado en la imagen holográfica.
–Necesitas un capitán. Él ha sido piloto mucho tiempo. No sigue bien las órdenes pero se le da bien improvisar, tiene dotes de mando –Morgan estaba a punto de zanjar la cuestión cuando Josh añadió algo más –… y es prescindible.
La capitana meditó un momento. Después de dar una larga calada a su cigarrillo, accedió a las dos peticiones. Le otorgó el mando del carguero pesado solo durante aquel viaje. Morgan sabía que tenía que delegar, no podía estar en todas partes.
–Estamos en el límite del sistema, señor.
–Salto de gran magnitud, siga las instrucciones que le he comunicado, teniente Oaki. –Josh se desancló del panel de control cuando la Hagger realizó el tercer salto. Tomó una de las plataformas gravitatorias y se desplazó a la cubierta de artillería.
Las puertas se abrían según avanzaba por las diferentes salas. Seguía conservando el rango de primer oficial, Morgan no había sido tan generosa como para darle todo el acceso a la nave. Encontró al saurio en la sala de entrenamiento, formando a su equipo de asalto. Había transformado su brazo cibernético en un cañón de plasma. Su cresta de triceratops se perfilaba con cada detonación del arma. Alardeaba de su puntería, disparando contra objetivos móviles. Usaba su profunda voz para maltratar el lenguaje humano. Lo ayudaba el traductor incorporado de su traje espacial, configurado como armadura de asalto. Detuvo los disparos y ordenó al equipo a que lo imitaran. Veinte soldados obedecieron la orden que Pílorak les dio y comenzaron a disparar a sus objetivos artificiales. Cuando Josh se presentó ante los cuernos del gran saurio, el oficial ordenó el cese del fuego y se cuadró. Su brazo metálico se transformó en la imitación de una mano sauria.
–Vengo a repasar los pormenores del plan. No queremos llamar la atención. Tengo órdenes de evitar confrontaciones.
–Yo entender. Si haber peligro, masacrar. No actuar hasta ver problemas.
–Nueva Sahara es un planeta enorme, muy concurrido. Deberemos rastrearlo extremadamente bien.
–Gatillo Fácil ser necio. Yo encontrar.
Después de obligar a Pílorak a usar el traductor incorporado, los dos se enfrascaron en el plan para localizar a su antiguo compañero. Josh repasó la grabación. Habían transcurrido más de dos mil ciclos desde que fue realizada. Aquello suponía unos dos años de tiempo estándar.
La llegada al sistema Trípoli pasó inadvertida. Una cantidad ingente de vehículos espaciales se mantenía en circulación de un planeta a otro. El que más tráfico recogía era el planeta capital, que daba nombre al sistema. El segundo en volumen de tráfico era Nueva Sahara. Suponía un destino usual para las vacaciones de placer. Sus playas paradisiacas habían sido terraformadas para crear el ambiente más placentero a gran número de especies. Josh dejó al carguero de guerra en órbita lejana. Accionó el comunicador y ordenó a Pílorak que preparara al equipo de asalto en la Valkiria.
–Tienes doce ciclos para encontrarlo –comunicó Josh –, te daré soporte desde aquí aunque no comprometeré a más hombres. No te metas en líos de los que no seas capaz de solucionar.
Dio la orden de salida por el hangar de estribor. La lanzadera de asalto surcó el espacio hasta alcanzar la atmósfera de Nueva Sahara. Desde aquel instante, todo dependía del saurio.
Phoenix había disfrutado en Nueva Sahara. A los pocos meses se había hecho famoso en la ciudad de Nusar, capital del planeta. Las fiestas que concedía en el hotel Palace se recordarían por generaciones. Sin embargo, no había rastro de él en todo el Hotel. Cientos de establecimientos afirmaban haberlo visto aunque no podían determinar su paradero. Todos creían que seguía ocupando la suite empresarial del Palace. El rastreador que Pílorak había envidado se percató de un detalle que parecía perseguirlo. Allí donde habían visto al antiguo piloto de la Hagger, se encontró con un símbolo llamativo. Fenzig encontró el mismo emblema por toda la ciudad. El símbolo se repetía en los callejones y zonas más desoladas. Al interesarse por ello, el rastreador encontró resistencia en la gente de los bares y los comercios. Todo lo que consiguió saber era que se trataba de un grupo local peligroso. Envió los datos a la Hagger y esperó la respuesta de Josh. Cuando recibió la información en su terminal ya había elucubrado su primera teoría. El símbolo pertenecía a un grupo radical llamado las Boudica. Eran feministas radicales, mantenían una cruzada personal contra los símbolos machistas. Según la información de Josh, se financiaban a base de extorsiones y secuestros. El llamativo Phoenix atrajo la atención del comando Boudica en algún momento de sus intervenciones. Fenzig deshizo sus pasos, moviéndose sigiloso entre la gente. Su figura delgada y vestida con las prendas veraniegas de aquella zona, pasaba desapercibida entre la multitud. Colocó micro-cámaras en todos los puntos donde el símbolo estaba reflejado y regresó al punto de encuentro.
El resto del trabajo consistió en conseguir caras detrás de aquella organización. Al cabo de tres ciclos tuvieron sus primeros resultados. Fenzig contaba con la ayuda de Murkel y Higgins para encontrar patrones faciales idénticos. Al anochecer, tuvieron la identidad de Lucretia Niggle, líder del sector Nusar. Fenzig manipuló los dispositivos de vigilancia para que se centraran en aquella mujer. En medio ciclo ya habían localizado su guarida. Pílorak ordenó el asalto. Dividió a sus hombres en cuatro equipos tácticos. El saurio estaría a los mandos de la Valkiria con el sistema de camuflaje activado. Debían capturar a aquella mujer viva. Dirigió la pequeña nave hacia la vivienda de Lucretia. Tras estabilizarla, hizo una señal al equipo de Higgins. Los cinco descendieron, activando sus trajes gravitacionales. Se posaron con suavidad en el tejado plano del edificio. Dos de ellos se quedaron asegurando la azotea, la segunda pareja bajó las escaleras exteriores hasta llegar al piso de su objetivo. Transcurridos unos segundos, escucharon varias detonaciones. Perdieron el contacto con los hombres. Higgins envió a los otros dos en su ayuda mientras el saltaba al vacío. Activó su traje gravitacional y se detuvo en la ventana de la mujer. Pudo ver a Peaks tumbado en el suelo. Punovski se había cubierto al otro lado del pasillo y no se movía. Un charco de sangre crecía por momentos bajo él. La segunda pareja irrumpió por la entrada principal. Lucretia recibió a los dos nuevos asaltantes con disparos de calibre medio, delatando su posición. Los hombres, prevenidos, se cubrieron de los disparos. Higgins apuntó con su arma a través de la ventana. El dardo se incrustó en el hombro de la musculada chica. Su objetivo cayó inconsciente al instante. Higgins pasó al interior, terminando de romper la ventana. Atendió a sus hombres caídos. Nada se podía hacer por ellos. A Peaks le habían volado la cabeza. Punovski no tenía heridas graves aunque estaba inconsciente. Activó sus dispositivos gravitacionales y empujó los dos pesos inertes por la ventana, donde fueron atraídos hasta la lanzadera. Arkesh y Surobi llevaron a la chica hasta la azotea. La Valkiria los recogió con su dispositivo de camuflaje activado. Pílorak movió la nave de posición hacia un lugar más alejado. Fenzig abrió el párpado de la chica e impregnó la esclerótica con el antídoto. Al cabo de un instante, Lucretia forcejeaba, tratando de liberar sus brazos de los grilletes. Para sorpresa de todos, consiguió que cedieran sin romperse. Diez armas cortas apuntaron a su cabeza.
–Es mejor que te quedes quieta. Has matado a dos de nuestros hombres y eso no nos gusta. –Pílorak hablaba por el traductor incorporado. Había dejado la nave en piloto automático y se acercaba amenazante a la chica. Ella reaccionó escupiendo entre los dos cuernos del saurio. Bajó la corona de su cabeza hasta estar frente a frente. De su mano cibernética, se desprendió la imagen de Silver Phoenix.
–Necesitamos encontrarlo.
–No sé quién es.
Pílorak detectó la mentira en el tono desafiante. Bajó un poco más su cabeza y estrelló su corona contra la cara de la mujer. Un tomate maduro hubiera salpicado menos de estrellarse contra el suelo. Murkel usó el fibrilax líquido al instante, recomponiendo la cara de la mujer unos minutos después.
–Puedo ser muy desagradable –traducía el traje de Pílorak, sus sonidos guturales nativos resultaban intimidantes –. Dinos lo que necesitamos. Sabemos que mientes.
La negativa de la mujer era de acero. Pílorak ejercía pocas veces la tortura aunque aquella vez tuvo que trabajar en serio. A pesar de la resistencia, Lucretia acabó por quebrarse. El grupo de asalto presenciaba con incomodidad aquel interrogatorio. No fueron los daños que Pílorak causaba a la mujer. Murkel reparaba las heridas al instante rociando el medicamento regenerador. Fue la actitud fría y mecánica del saurio lo que los hizo sentir miedo. Trataba de no dañar ningún órgano vital y usaba sus cuernos con extremada puntería. Lucretia habló con vergüenza sobre el lugar donde tenían a Phoenix. Se trataba de una mansión alejada, en mitad de una de las miles de islas hacia el oeste de Nusar. Pílorak ordenó a la inteligencia artificial que se dirigiera a las coordenadas e informó a Josh. La misión estaba a punto de concluir.
La isla albergaba una pequeña fortaleza. Fueron detectados a cinco kilómetros de distancia. El fuego antiaéreo se proyectó hacia la nave. Las contramedidas de energía anulaban los proyectiles que querían alcanzar a la Valkiria. Pílorak inició un contraataque y soltó tres misiles Shark IV que destruyeron sus torretas antiaéreas. La ametralladora frontal barría la costa, destruyendo las tropas desplegadas. El fuego que devolvían rebotaba sobre el denso blindaje de la nave. Dos misiles Shinobi pusieron fin a la resistencia de sendos carros de combate, a punto de disparar con gran calibre. Las defensas de la isla fueron neutralizadas. Pílorak comunicó un aviso al interior de la fortaleza. O liberaban a Silver Phoenix o no habría piedad para nadie. En realidad al saurio le importaba muy poco aquel hombre, su instinto asesino estaba despierto tras la sesión de tortura. Su ánimo se tornó en enfado cuando observó el símbolo de rendición, proyectado en holograma sobre el edificio. Los mugidos guturales llenaron el interior de la cabina. Murkel, Higgins, Fenzig y los demás, se cubrieron los oídos ante la profunda decepción expresada por su teniente de artillería.
Entró en la Valkiria una llamada desde el control de la base. Pílorak desplegó la imagen para que todos pudieran verla. Una mujer tan musculosa como Lucretia hablaba desde el otro lado. Daba señales a la lanzadera para que aterrizaran en la costa. Encontrarían la entrada abierta. A pesar de ello, Pílorak ordenó la máxima alerta para todos. Dejó operando a la inteligencia artificial de la nave y desplegó a sus hombres como equipos tácticos. Se unió al grupo de Higgins para reforzar a los dos hombres que había perdido y unió a su brazo cibernético uno de los grilletes de Lucretia. Los grupos saltaron sobre la arena en intervalos de diez segundos, asegurando el perímetro antes de avanzar. Tal y como les prometió la mujer de la grabación, no encontraron resistencia. Se adentraron en la fortaleza. Las salas que atravesaban estaban vacías. La base parecía abandonada. Pílorak ordenó el registro a conciencia. En lo más profundo del edificio, se encontraba una habitación aislada. Abrió las compuertas para descubrir un suntuoso dormitorio en tonos pastel. La enorme cama redonda presidía el centro del espacio. En ella, un hombre alto, de cabello castaño y barba de cinco días los saludó con una copa de Griesberg en la mano.
–¡Pílorak! ¡Cuánto tiempo sin verte! –Phoenix se levantó y avanzó hacia el saurio. Una pieza de la sábana se desprendió y formó un batín dorado alrededor de la figura desnuda. En la cama retozaban tres mujeres de aspecto atlético. El saurio miró con ira al antiguo piloto de la Hagger y habló con su profunda voz.
–No estar secuestrado. Creer que tú en peligro.
–Es una larga historia. Me arrancaron de la comodidad de mi hotel, en efecto. Os envié una grabación antes de que sucediera. Estas pequeñas zorras me lo han arrebatado todo –dijo señalando a la cama con su copa medio vacía. Incluso Lucretia esbozó una sonrisa. Phoenix se acercó a ella y retiró los grilletes. La besó brevemente en los labios y susurró unas palabras de agradecimiento. Volvió a centrar su atención en el saurio –. ¿Ha venido Morgan en persona?
–No venir. Capitana estar ocupada. Josh querer sacarte el culo de aquí. Nos vamos.
–Espera, ¿no me vas a enseñar esta maravilla? Mírate, te han dejado estupendo. Este brazo es mejor que el que tenías.
–No tocar cuernos. Vestir algo, volvemos a Hagger.
Phoenix miró con deseo a sus chicas, dejó la copa sobre una mesa rosa-palo y pisó una baldosa oscura. El neotejido trepó por sus piernas, confeccionando un traje de piloto espacial completo. Transformó la tela que había usado como batín en un sombrero de ala ancha. Lo situó sobre su cabeza mientras lanzaba un beso al aire. Las chicas se pelearon por agarrar aquel beso imaginario.
–Sombrero ridículo… –Pílorak se volvió con desdén, deshaciendo el camino hasta llegar al exterior.
Una vez en la Valkiria, resopló de nuevo. Phoenix no iba a permitir que pilotara el saurio. De alguna forma, el humano había alcanzado antes la cabina y había ajustado los controles a su tamaño. La nave despegó con brusquedad.
–¿Habéis cambiado el impulsor? No recuerdo que tuviera tanta potencia.
–El doctor Hoover ha incluido algunas mejoras –respondió Murkel –. Estas son las coordenadas de la Hagger. Me alegro de verle, señor.
Phoenix respondió al saludo estrechando el antebrazo de su antiguo compañero. Dirigió la estilizada nave fuera de atmósfera hasta divisar al carguero plateado. La coraza de urita permanecía tal y como la recordaba. Fue hacia el hangar de estribor y allí estacionó a la Vakiria. En cubierta se encontraba su amigo Josh. Lo recibió con un abrazo.
–Te veo mejor de lo que esperaba.
–¿Por qué? ¿Esperabas verme sangrar por todos los poros? El grandullón también me ha mirado de la misma forma.
–Creía que te encontrabas en apuros. Me he metido en un buen lío por venir a rescatarte. –Phoenix se rió abiertamente. Después de observar la seria cara de Josh, se arrancó a explicar lo sucedido.
–Estuve secuestrado durante un tiempo. Las chicas no sabían lo que estaban haciendo. Me enternecieron tanto que les ofrecí todo mi dinero. Las entrené para que fueran paramilitares de primera. Al final, estaban tan agradecidas que me ofrecieron ser el líder de la organización. Yo ya no tenía dónde ir, así que acepté. Desde entonces hemos crecido mucho. Hay más de dos mil simpatizantes en el planeta.
–Me alegro de saber eso, amigo. Nosotros también hemos ampliado el negocio.
–¿A qué te refieres? ¿Morgan vuelve a ser una ballena espacial?
–Negativo. Ha ganado algo de peso aunque no es el cetáceo que conocimos. Se ha asociado con otro tipo, un tal Bolton. Han formado una naviera y necesitan a gente como tú.
–¿Genios de la pericia aeroespacial?
–La palabra que convenció a Morgan fue “prescindible” –dijo Josh. Phonenix sonrió con cinismo.
–¿Siguen pagando la misma cifra? Estoy sin un crédito y tengo dos mil niñas a las que alimentar.
–Ella te dará todos los detalles, ponte cómodo, salimos ahora mismo hacia el sistema Cerbero.
–Cerbero… No había otro lugar peor en la galaxia…
–De hecho, hay un lugar peor para nosotros. El Cúmulo Central. Donde la Autoridad nos aplastaría sin pensarlo. ¿Prefieres estar allí?
El piloto enmudeció ante aquella pregunta. Caminó por el hangar hasta una plataforma gravitatoria. Una vez sobre ella, se volvió hacia el primer oficial de nuevo.
–¿Cuál es mi camarote, genio?
FIN