Restricción severa
Kristen Morgan seguía esperando la autorización para saltar a su propio sistema. El puente del Drakenstern aguardaba en tensión la apertura de la ruta. Bolton había recomendado regresar solo con el destructor. El resto de la flota permanecería en el sistema Cuervo. En caso de necesitarlos, podrían saltar como refuerzo, si eran capaces de rescatar su propia baliza. El doctor Hoover decidió quedarse en la estación Helios. Aunque su mapa genético fue modificado y su reciente identidad estaba bien construida, seguía estando en la lista de los más buscados por la Autoridad. Morgan también había modificado su huella genética, como todos los miembros de la Hagger. A los ojos de la Autoridad, estaban tan limpios como los senadores del núcleo galáctico.
–No comprendo por qué han bloqueado nuestra ruta tan rápido.
–Al formar parte de la Confederación, tenemos la obligación de entregar los códigos de seguridad. El bloqueo se realiza en cuanto un destructor Autoritas salta hacia el sistema. Lo que me preocupa es la razón que los ha llevado a intervenir en nuestra zona. Debemos mantener la calma, Bolton. Nada de precipitarse, nuestro cuello está en peligro.
–¿Qué haremos en caso de embargo? No pienso ceder ni un solo título de nuestra empresa.
–Tendremos que improvisar algún plan. Todavía no conocemos los motivos reales para que se presente la Autoridad en nuestro sistema. Si todo sale mal, aplicaremos el protocolo Gangrena.
–Estoy de acuerdo.
–¿Has hablado antes con algún agente de la Autoridad?
–Negativo, Morgan.
–No les faltes al respeto, trata de aludir a las leyes de la confederación siempre que puedas. Habla lo imprescindible y sé preciso. Trataré de dirigir yo la conversación.
–Tenemos contacto, almirante –dijo la capitana Harrison –. Han aceptado nuestra solicitud de salto.
Bolton dio la orden para la entrada en fase. Al cabo de unos segundos, el Drakenstern aparecía en el sistema Cerberus. Astila se mostraba imponente con las ampliaciones del tecnomante Hoover. En los tubos de desembarco contemplaron al crucero J. Morgan anclado en el núcleo principal de la estación. El Pies Grandes se encontraba en plena reconstrucción, en el módulo de reparaciones. Del Vértigo no hubo señal alguna.
–Detén el Drakenstern, capitana Harrison. Mantén la nave en estado ámbar. –Bolton fruncía las cejas con suspicacia –. Atracaremos en una nave auxiliar.
El transporte surgió de las entrañas del enorme destructor rumbo a uno de los tubos de desembarco. A su encuentro acudió un androide de seguridad de la confederación. Con una señal en sus terminales, les indicó que lo siguieran. Los almirantes fueron conducidos a la torre de control.
–La Autoridad depende de estos androides para sus operaciones –explicó Morgan –. Solo cuentan con seres, máquinas o engendros de laboratorio que hayan sido convertidos por la Autoridad. En el destructor que hemos visto debe haber una quincena de agentes.
–¿Y quince agentes van a poner en peligro todo un sistema? Deja que lo dude, Morgan.
–Eh, no me hables como si no supiera a lo que me enfrento. Un agente en su potencia máxima puede destruir por si solo esta estación espacial.
En sus neotrajes estaban encendidas señales anaranjadas que los delataban como sospechosos. La estación ya no reconocía sus órdenes. Morgan contaba los agentes que salían a su paso. Tres oficiales en la estación hasta el momento. Bolton no mostraba preocupación. Los miraba con ironía. Un cuarto agente dirigía aquella operación. Esperaba en el despacho de Morgan. Habló en cuanto se sentaron frente a él.
–Soy el agente Alvar Regret. Me han enviado a investigar la nueva empresa MORBO asociados. Debo suponer que ustedes son los almirantes registrados en la estación espacial.
–Así es, agente Regret –contestó Morgan. Ambos extendieron sus brazos, ofreciendo su huella genética –. Estamos bajo sus órdenes, hasta que se aclare este malentendido.
–No ha habido ningún malentendido. Han provocado una guerra contra un sistema neutral aliado. Trisalia estaba negociando con la C.G.E. un tratado comercial exclusivo. Ustedes lo han volado por los aires. Ahora nos exigen veinte mil millones de créditos como indemnización. Es una cantidad que sacaremos de este sistema.
–Está fuera de nuestras posibilidades, no disponemos de tanto dinero.
–Astila estará intervenida hasta saldar la deuda con sus consecuentes gastos de gestión.
–No puede hacerlo. Trisalia es un sistema esclavista, al margen de las leyes de la C.G.E. Hemos actuado bajo el amparo de las leyes de expansión del gobierno.
–El sistema se ha rendido hace treinta y seis ciclos. Los embajadores de Trisalia vinieron a entregarnos sus claves de seguridad en persona. Ustedes abrieron hostilidades contra ellos, a pesar de la rendición. Sospecho que deseaban saquear el sistema. ¿Me equivoco, Morgan? Algo me dice que el sorprendente desarrollo de este sistema se debe al saqueo y al pillaje.
–Agente Regret… –Morgan buscó las palabras con cautela –como le he dicho, nos hemos mantenido dentro de la legalidad. La rendición ha sido una estrategia del enemigo. La cantidad desorbitada que solicitan no se corresponde con el valor de los trescientos ochenta y nueve mil esclavos que hemos rescatado. En cuanto a la declaración de rendición, jamás la recibimos. Todo lo contrario, el mensaje que nos hicieron llegar fue de guerra abierta.
–Debo comprobar los registros para contrastar su versión. –El agente Regret cerró los ojos y puso su espalda recta. Debajo de los párpados, los ojos se movían a toda velocidad. Su mente cibernética estaba analizando la información registrada en Astila.
–Lo que dice es cierto, acabo de ver el mensaje. De todas formas, la rendición sigue en vigor y Trisalia pertenece a la C.G.E. Le pido que cese las actividades hostiles desde ahora.
–La guerra será detenida.
–Deberán devolver el paso de las Gemelas a sus legítimos dueños. Bien, solucionado este punto, pasemos al siguiente. He visto en sus registros que han exterminado el sistema Sianna por completo. Estaba bajo nuestra bandera. No hubo supervivientes, salvo los que encontramos en la estación espacial. Nos contaron, confusos, que ustedes habían sido los responsables de la masacre.
–Eso no fue así, agente Regret –dijo Bolton –. Estuve al mando de aquella misión. Hubo una contaminación alienígena que parasitó al cien por cien de la población colonial. Puede comprobar las grabaciones de Sianna cuando rescatamos su estación espacial.
–Pero no informaron a la Autoridad.
–No supuse que debía avisarles, en absoluto. Estaba solo ante una amenaza a punto de causar un desastre en toda la zona limítrofe del sector.
–Desconocer las leyes no les exime de su cumplimiento. Es un error grave que uno de nuestros almirantes desconozca las leyes de la C.G.E. Tendrán que acompañarnos al destructor Justicia. Debemos examinar su mente con más detalle. El embargo sigue activo hasta que se aclaren los hechos. Agente Sullivan, Agente Harper, llévense a los almirantes de aquí.
–¿Qué tienen pensado hacer con nosotros? –Bolton comenzaba a estar preocupado por aquella situación. La obcecación por detenerlos estaba llegando a lo personal.
–Les induciremos un coma y sondearemos sus recuerdos en busca de indicios de culpabilidad.
–No tengo nada que ocultar, pueden sondear mi mente siempre que lo deseen pero tengo una duda con el proceso. ¿Alguien ha salido inocente después de examinar su cabeza?
–Alguien como ustedes, quiere decir. En realidad, no. Sabemos qué clase de calaña son en la zona limítrofe. El que no ha pertenecido a una nave culpable de piratería, ha estado traficando con esclavos o trabajaba como mercenario al mejor postor. Encontraremos algo contra ustedes, puede estar seguro.
–Esta situación es peor que tener gangrena.
Morgan estaba atenta a la señal. Pulsó uno de los botones de su traje y envió los datos a la unidad central de Astila. En cuestión de minutos, el protocolo Gangrena inició su proceso. Aquella idea había surgido del propio Hoover. La había empleado numerosas veces, en otros tiempos, para recuperar el control de Gaurus. Los almirantes fueron trasladados hasta el transporte que los llevaría al Justicia. Las luces anaranjadas de sus neotrajes, cambiaron a verde. Las de los agentes, por el contrario, mutaron a rojo.
–¿Qué están haciendo? –preguntó el agente Sullivan –. Devuelvan el control del sistema a la Autoridad.
–No.
La solemne respuesta de Morgan hizo a los agentes ponerse en guardia. La tensión en la pequeña bodega del transporte fue en aumento. De súbito, el espacio entre el transporte y el destructor Justicia se llenó con la presencia de la Hagger. El Kaliendra y la Gratianus aparecieron tras el carguero pesado, abriendo fuego contra el destructor Autoritas. La operación para recuperar el sistema había comenzado. Phoenix, desde el J. Morgan, desplegó a sus amazonas por toda Astila. Morgan activó su traje de superviviencia. Su cabeza quedó protegida por una escafandra metálica. Su cuerpo se reforzó para soportar el vacío. Con un rápido movimiento, trató de pulsar la apertura de emergencia. El agente Sullivan la interceptó, con un sonido de compresión. El agente Harper, en el lugar del piloto, apuntó con su brazo a los dos insubordinados. Tuvo que dejar de hacerlo. Detectó los proyectiles que el carguero había disparado contra ellos. Esquivó aquella ofensiva mientras ordenaba al Justicia que abriera fuego contra las naves recién llegadas. La comunicación jamás salió de la cabina. El Justicia había sufrido la infiltración informática de la Hagger. Por unos segundos, el control del destructor estaba bajo el mando del carguero. En la bodega del transporte, la lucha había tomado una dimensión superior. Bolton transformó su neotraje en una armadura de combate, Morgan se había centrado en acelerar sus movimientos. El agente Sullivan interceptaba cada uno de ellos, imposibilitando la apertura al exterior. En el comunicador, Josh reclamaba órdenes.
–Disparad contra nosotros. Munición Shockwave. Es una orden, hazlo ya.
Los misiles surgieron del carguero modificado. Colisionaron contra el transporte en cuestión de segundos. Morgan había sido inmovilizada por el agente Sullivan. Bolton, en un arranque de furia, golpeó la cabeza del cíborg contra el botón de apertura. El panel lateral del transporte se desplazó en el último instante. La explosión alcanzó a la pequeña nave, expulsando al exterior a Bolton. Sostenía a Morgan por la cintura en una serie de giros caóticos en el vacío. Su traje comenzó a estabilizarlo, quinientos metros más lejos. Los agentes quedaron enmarañados entre la estructura destruida. Sus cuerpos seguían operativos y luchaban por salir de los restos ardientes. La ausencia de gravedad dificultaba el proceso. Para Morgan, la explosión no había sido tan amable. Su pierna derecha había desaparecido en el impacto. Bolton había protegido el resto de su cuerpo con su propia armadura. La sostuvo mientras activaba los soportes vitales del traje. Los nanobots crearon un cierre de seguridad en la extremidad amputada. Morgan había caído en shock. Fueron minutos de espera largos hasta que la Valkiria logró llegar a ellos. Los agentes que salieron del transporte derribado fueron rociados con munición anti tanque. Consiguieron dejar el amasijo de hierros atrás y se propulsaron hacia los almirantes con empecinada persistencia. Hasta que los agentes de la Autoridad no fueron reducidos a nanómetros, el cañón Volcano insistió en escupir fuego. El destructor Autoritas fue castigado con la misma contundencia. El Drakenstern se había unido al bombardeo, forzándolo a saltar a otra posición. Los sistemas de navegación habían sido saboteados por la Hagger. El salto ocurrió dentro de la órbita de Cerverus IV. Su atracción gravitatoria tiró del Justicia hasta la superficie del planeta. Con severos daños en su estructura, el destructor se vio envuelto en llamas a los pocos segundos. Fue el teniente Murkell quien subió a los almirantes a la bodega de la Valkiria. Bolton socorrió a Morgan, cuya hemorragia no se había detenido. Cuando retiraron su casco de supervivencia, comprobaron que su piel estaba blanca como el mármol.
–Hay que llevarla a la Hagger. Necesita una transfusión, nano-cirugía y un cultivo genético. –Murkell se limitó a asentir. Ordenó el embarque de vuelta en el carguero a toda velocidad. Bolton respiraba con agitación. La explosión le había dejado con dolor de cabeza. Comunicó con Phoenix.
–El destructor Autoritas ha caído, informe de su situación.
–Tenemos a los agentes aislados en la torre de control, almirante. Hemos perdido a cinco equipos. Esperamos refuerzos de las naves restantes de la flota –Una serie de explosiones interrumpieron al capitán –. Corrijo, han caído seis equipos. Situación límite.
Bolton desplegó un mapa holográfico que detallaba la posición de los agentes. Regret y su compañero habían dejado la sala de control regada de cadáveres. Se habían hecho fuertes en la zona aunque la estación ya no les obedecía. En cuanto entraron en el radio de acción de las defensas, Bolton activó los campos de estasis. Los agentes quedaron atrapados en gravedad cero y bajo cuatro atmósferas de presión. El almirante comprobó con asombro como aquella presión no era suficiente. Tuvo que incrementar la presión a diez atmósferas. Incluso a aquella capacidad, los agentes eran capaces de moverse.
–Phoenix, el destructor ha caído en Cerberus IV. Temo que haya supervivientes. Ocúpate de la limpieza.
–Estaré escaneando la zona en dos horas, señor.
La Valkiria atracó en la Hagger con toda la expectación puesta en la almirante herida. Nestor Josh esperaba el primero; colocó a su superior en la camilla. Fue trasladada a toda velocidad a la enfermería. La introdujeron en una cápsula de preservación, donde sus constantes vitales se estabilizaron.
–¿Qué hacemos ahora, almirante?
–Esperar a que Morgan se recupere, capitán Josh. Yo no sé salir de este lío.
–¿Seguimos formando parte de la confederación?
–Me parece que ahora vamos por libre.