Revocador
Las luces de las sirenas iluminaban todo el barrio. Raquel fue en busca del coche oficial que aparcaba en la acera contraria, atestada de otra clase de vehículos. A su alrededor, sus compañeros de Protección Especial, acordonaban el barrio con cinta plástica bajo la estrecha colaboración de la policía. Todos los vecinos de la manzana habían sido desalojados como medida de precaución. Del coche salía el Primer Hermano de la orden. Venía en calidad de dirigente; no estaba solo, lo acompañaba un tipo delgado, de pelo tan claro que parecía blanco. Iba bien vestido aunque mal arreglado, cerró con desidia la puerta del coche oficial y se dirigió con andares pausados hacia Raquel y Valverde, justo detrás de Claudio y su escolta.
–Informe, cábala dos. –El Primer Hermano se pasó un pañuelo de papel sobre la frente y la calva. Sus dos escoltas lo flanqueaban, alertas en todo momento.
–Verá, Primer Hermano… –Raquel tragó saliva antes de continuar. Dentro de aquel edificio, el espacio-tiempo y sus creencias se habían rasgado por igual. –Tenemos una anomalía tipo incógnita. –Se limitó a decir.
–Quiero verlo. –Claudio Sierra anduvo con decisión hacia el portal del edificio. Sus escoltas lo siguieron con la misma resolución.
–Yo tampoco me lo pierdo. –Oscar Dero fue detrás del séquito cuando sintió que no podía avanzar más. La chica morena había detenido su avance mentalmente. Se deshizo del vínculo inmediatamente aunque siguió inmóvil, esperando la reacción del Primer Hermano.
– ¿Puede pasar? –Raquel preguntaba a Claudio que observaba el portal con detenimiento. – ¿Quién es este hombre?
–Es el nuevo Gran Maestre de los Heraldos, Oscar Dero. Te presento a Raquel Medina, del equipo cábala. En ausencia de Jorge Ventura, ella es la Prelada.
– ¿Prelada? –Raquel deshizo el vínculo mental sin percibir que el nuevo Gran Maestre había cortado toda conexión con ella.
–Es más o menos el equivalente a vuestros centinelas. –Oscar alcanzaba la posición de Claudio y observaba la puerta, tal y como hacía el Primer Hermano.
–No lo creo, un centinela no se encarga de dirigir equipos. De eso se encargan los guardianes.
–Está claro que no nos organizamos de la misma manera. –Claudio disimuló su malestar. Oscar continuó hablando.
–Yo era un guardián, lo de ser Gran Maestre de los Heraldos ha sido un ascenso inesperado.
–Es algo evidente. He conocido a su antecesor. No nos llevábamos muy bien. ¿Disputas internas entre los Heraldos?
–No, más bien una mejor distribución de nuestros recursos humanos. –Sonrió abiertamente al Primer Hermano.
–Confío en que no interfiera en este asunto. Nuestras diferencias deben ser aparcadas, por el momento.
–Primer Hermano, estoy aquí para colaborar en este… incidente. ¿Esta puerta se puede abrir?
–De momento no es aconsejable. –contestó Raquel, acercándose hasta ellos. Valverde permanecía en un discreto segundo plano. –Ha ido creciendo a razón de un metro cada diez minutos. No sabemos pararlo.
Claudio apoyó la mano en la cerradura del portal y el mecanismo se accionó con la misma efectividad con que lo hacía una llave corriente. Oscar empujó la pesada hoja de madera. El descansillo avanzaba tres metros para desaparecer en un abismo oscuro. En el centro de aquella oscuridad, relucía una masa de energía desconocida. La luz que emitía era de un pálido blanco con eventuales estallidos de energía naranja. El vértigo se apoderó de todos. El vacío era tan intenso que se sentían caer en su interior segundo tras segundo. Oscar cerró el portón, venciendo una debilidad surgida en su interior. Todos suspiraron de alivio al perder de vista el inmenso vacío aunque el terror no desapareció del todo. Fue Oscar quien rompió el silencio; los demás tardaron más en recuperarse.
–Vaya, es increíble el follón que habéis montado aquí. Necesitaré a mi propio comité de expertos. ¿Y esto no para de crecer?
–Así es, un metro cada diez minutos. Pronto quedará expuesto y… No podemos saber qué ocurrirá pero engullirá todo a su paso. –Raquel hablaba con la mirada perdida y los brazos cruzados. –Jamás he visto algo así.
–Yo tampoco. –Dijo Claudio. –Estoy de acuerdo con el Gran Maestre, debemos formar un buen equipo de consejeros que nos ayuden a resolver este asunto. Elías Doronel, el maestro Académico, debe ver esto cuanto antes.
–Necesitamos a un Revocador, he visto solucionar problemas parecidos aunque nada que ver con algo tan grave como esta… ¿Singularidad, la habéis llamado? –Raquel bajó la mirada disimulando cierta molestia. Ella percibía claramente sus arranques de cinismo aunque la mente del Gran Maestre era un pantano insondable.
–Está bien, haga traer a quien crea necesario. En estos momentos, toda ayuda es poca. –Claudio se volvió hacia uno de sus guardaespaldas. –Que acordonen todo el distrito, necesitamos movilizar a Protección Civil. –El Guardaespaldas aludido se alejó de inmediato hacia el interior del coche oficial, teléfono en mano. El guardaespaldas que quedó a la espera, se atrevió a preguntar al Primer Hermano.
– ¿Qué hacemos con la prensa, señor?
–Yo me ocuparé. –Se ofreció Raquel. Claudio asintió.
– ¿Por qué? –replicó Oscar. – ¿No debería ocuparse alguien del gobierno? ¿O de la oposición? ¿Yo mismo?
– ¿Quiere ocuparse de la prensa, Gran Maestre? Es una decisión valiente, teniendo en cuenta la extraña desaparición de su antecesor. Va a tener que explicar muchas cosas. –El rostro de Oscar quedó perplejo con las palabras de Raquel. Temió por un segundo lo que aquella mujer pudiera saber acerca del incidente.
–Muy bien, ocúpese usted.
–Créame, va a ser mucho más efectivo con mi intervención. Ya tendrá otra oportunidad de pavonear su nuevo cargo. –Oscar trató de parecer ofendido. Sacó su teléfono y habló con Ágreda. Siguió manteniendo sus pensamientos turbios. No le costaba demasiado esfuerzo, la resaca facilitaba aquel estado mental.
Veinte minutos después, todos los especialistas necesarios estaban en el punto cero del suceso. En el edificio habían surgido las primeras grietas. Claudio se pasó otro pañuelo limpio por la calva. Los nervios lo hacían sudar como nunca. Junto a él, Elías Doronel abría el portón y contemplaba con extrañeza la singularidad. Su mano derecha mesaba la barba con nerviosismo. Oscar Dero, ahora respaldado por su consejera Teresa Ágreda, su asistente personal Eloísa y los cinco maestres de la orden, apartó la vista para evitar el vértigo. Oscar se acercó a Eloísa y habló en un susurro.
– ¿A qué nos enfrentamos?
–No tengo ni idea. Si te diriges a nuestro señor, te estás equivocando. Me temo que anda ocupado, tal vez evitando que eso nos devore a todos.
– ¿Alguna sugerencia? –Eloísa miró largamente a Oscar.
–Esto es tan nuevo para mí como para ti, cielo. Yo soy secretaria. Cuando sea poseída de nuevo, lo notarás.
– ¿Ágreda? –La nueva consejera colgaba en ese momento su teléfono móvil.
–Está llegando el Revocador. Él lo arreglará.
– ¿Y si no funciona?
–Moriremos todos, engullidos por el vacío. –Un taxi paró tras el cordón de seguridad. Al momento, Ágreda se dirigió hacia allá, seguida por el Gran Maestre y su séquito. Del vehículo se bajó un hombre de unos cuarenta años, de aspecto sencillo y cara seria. Bajó con dificultad del taxi. Oscar extendió la mano al hombre pero no le devolvió el saludo.
– ¿Para qué me han molestado? –Claudio llegó hasta el taxi y se limitó a observar. A su lado, Ernesto Valverde no se separaba de él por orden expresa. El joven estaba cansado de repetir su informe una y otra vez.
–Yo me ocupo. –Intercedió Ágreda. –Le he molestado porque necesito que vea este edificio, don Daniel. Le pagaremos por las molestias.
El hombre se dirigió en la dirección que marcaba cortésmente Ágreda, con sus manos agarradas por la espalda. Al llegar al portal, donde los académicos esperaban, empujó la puerta. La oscuridad parecía menos densa.
– ¿Dónde está la luz en este portal? –Tanteando la pared, el Revocador logró accionar el interruptor de la luz. Todo el espacio quedó iluminado con normalidad. El tramo de escaleras se perdía en la oscuridad del primer piso, el resto de componentes estaba en su lugar. Ágreda entró en el edificio detrás de Daniel.
–Necesito que suba y revise si todo está en orden, si es tan amable.
– ¿Todo el edificio? ¿Y qué tengo que revisar? Yo no soy arquitecto, soy agricultor.
–Haga lo que le pido, por favor. Le pagaré los doscientos mil cuando termine.
–Está bien, usted paga. –Daniel se encaminó escaleras arriba, apoyando en todo momento sus manos en pared y barandilla. Revisó cada habitación de cada apartamento del edificio, seguido en todo momento por Ágreda. Más atrás tanto el Gran Maestre como el Primer Hermano accedieron con todo su personal. Encontraron el cuerpo desnudo de Jorge Ventura en el segundo piso. Un equipo de Protección Especial lo atendió de inmediato. Claudio y el equipo cábala se quedaron con el comatoso prelado. Don Daniel miró indiferente la escena mientras seguía revisando el resto del apartamento. Ágreda lo guiaba hasta el último rincón del edificio, siempre detrás del veterano agricultor. La consejera despidió a don Daniel una vez de vuelta al taxi, entregándole un sobre grueso.
–Disculpe las molestias de nuevo, espero que esto lo compense.
–Lo compensa, gracias.
Oscar se acercó a Ágreda con Eloísa a sus espaldas.
– ¿Cómo lo ha hecho?
–Es un auténtico revocador, Gran Maestre. La realidad para ellos es inalterable, el poder los repele como lo hacen dos imanes de la misma polaridad. –Y nunca podrán usar los dones de los dioses.
–Ni observarlos, ni sufrirlos. Un revocador disuelve todo atisbo de poder, incluido el de vosotros, los dotados.
–Creía que eras también una dotada, Ágreda. Ahora me explico tu incompetencia. –La consejera guardó silencio mientras se levantaba el cordón de seguridad alrededor de ellos. La camilla de Jorge Ventura era introducida en las entrañas de una ambulancia. Oscar sonreía ampliamente. –Es broma, buen trabajo.
–Gracias Gran Maestre. –El tono gélido no pasó desapercibido para nadie.
Continuará…