Sacerdotes del imperio
La llegada de los dignatarios del país vecino fue en el puerto de Rophean capital. El rey había preparado una recepción de lujo. Aquel día no se permitió el tráfico marítimo de ningún otro barco. En el muelle, se había limitado el acceso a toda persona ajena a la corte. Los amigos del rey esperaban, entre los nobles de Rophean, el desembarco de los embajadores del Imperio del Otoño. Frente a la escalera de desembarco, el rey Grenik y su esposa Izelle estaban sentados bajo una lona, al final de una alfombra dorada. Mirnail, el Sumo Arcanum, estaba situado en el lado izquierdo del monarca. Los siete ministros restantes esperaban de pie, tras la familia real. Según fueron saliendo del imponente navío, los sacerdotes y el embajador de Golinath formaron frente a la recepción. La reina no pudo contener por más tiempo su emoción. Se levantó, rompiendo el protocolo, para abrazar al enviado del imperio.
–Tío Arwan. Os he extrañado más de lo que puedo reconocer. Me alegro de veros, por fin.
–Querida sobrina Izelle. Estás preciosa como soberana. Lástima que seas esposa de este reino traidor. Yo también me alegro de verte. Has devuelto la cordura al rey hechicero Grenik. Me alegro de devolver la fe de los diez a toda esta gente.
El soberano se movió incómodo en la silla de campaña. Se levantó, ignorando las palabras del embajador, y separó a su mujer del dignatario para estrechar su mano.
–Bienvenidos a mi reino, embajador Tilerius. Estoy deseando conocer a los supremos sacerdotes de Golinath. Como bien sabéis, mi señor, Rophean ha decidido derogar la prohibición de culto que nos ha lastrado tantos años.
–Una decisión que remarca su sabiduría, majestad. Siempre hay tiempo para dejar que los dioses iluminen nuestro camino. Permítame comenzar: le presento a Eferis, la primera sacerdotisa de Arestes. Este fortachón enano es Kandros, sacerdote supremo de Kuthok. Albais y Verari representan a las gemelas Danae y Sanae.
–Son iguales, por lo que veo.
–El culto a las diosas idénticas requiere que las practicantes, en su escalada por el credo, sean gemelas o mellizas. Eso siempre que quieran progresar en la fe y adquirir el alto sacerdocio, por supuesto. El culto está abierto a todo el que esté interesado.
–Comprendo –dijo el rey Grenik, ocultando la molestia por el tono altanero de su tío político. Estaba dando la información como si debiera conocerla de antemano.
–Litus es el más próximo a Mikenes, nuestro dios más ingenioso. Naro, otro de los enanos, representa a Alush. La diosa de la fertilidad, Siamat, es Geria quien habla por ella.
–Ah, tenemos algunos elfos en nuestra comunidad. Tienen a su propia sacerdotisa suprema. Nos han ayudado en alguna ocasión. –La recién presentada Geria tornó su expresión relajada en la más herida ofensa. El embajador se apresuró a intervenir.
–Oh, majestad. Nosotros no reconocemos otros supuestos sacerdotes supremos. Los elfos podrán adorar a Siamat pero su sacerdote deberá subordinarse a Geria. –El rey guardó silencio un instante.
–Veré que puedo hacer. No me gustaría tener un incidente diplomático con ellos. –Ante la mirada inquisitiva de Arwan Tilerius, Grenik se apresuró a aclarar su comentario. –Tampoco con el imperio de Golinath, por supuesto.
–Es algo de lo que no me cabe duda, majestad. Seguiré con la presentación. Tedoris habla en nombre del dios Serolo mientras que Gravis es el principal servidor de Agor. Por último, le presento a Álcicar; es el sacerdote del dios Silu. –Los tres hicieron una reverencia al monarca, mostrando su respeto.
–Bienvenidos, habitantes de Golinath. Serán mis huéspedes en el castillo. Vuestra ayuda es importante para todo el país. Serán alojados en las mejores estancias de mi hogar. Son la esperanza de Rophean frente a un enemigo esquivo y peligroso.
–Deberíamos tratar el asunto de los templos. Hay que erigir diez de ellos en la capital con sus delegaciones correspondientes en Súlivan, Ulnis, Encuentro y la escuela de Ulgrin.
–En Ulgrin no será necesario –se apresuró a decir el Sumo Arcanum.
–La palabra de los dioses debe llegar a todos los rincones de Rophean, Mirnail –contestó Arwan.
–La fe entra en conflicto con las prácticas de la escuela de hechicería, embajador Tilerius.
–Sin embargo, el pueblo llano de Ulgrin necesitará los servicios de los diez –intervino Grenik con presteza. Aquella discusión podía derivar en un conflicto mayor.
–Sí, majestad. El pueblo llano puede necesitar la fe de los diez. –Mirnail se mostró prudente aunque el rey sabía que sus palabras solo estaban destinadas a complacerle. No iba a permitir ningún templo cerca de su preciada escuela.
–Ya trataremos los pormenores más adelante. Por ahora, demos cuenta de la llegada de nuestros invitados. Deben estar cansados del viaje. He ordenado en las cocinas que preparen platos típicos de su país. Quiero que se sientan como en casa.
Los altos sacerdotes agradecieron el gesto del monarca con alabanzas y buenos deseos. Arwan Tilerius aceptó el brazo de su sobrina. Izelle estaba deseosa de conocer el estado de sus padres y del resto de la corte imperial. La comitiva llegó al castillo de Rophean entre los vítores del pueblo. Miles de ciudadanos se habían congregado en los márgenes de la vía pavimentada. Saludaban con efusividad a los extranjeros y lanzaban pétalos de flores a su paso. Grenik hizo una señal al grupo de amigos de la Posada Sombría. Los cinco acudieron a su llamada, abriéndose paso entre el gentío.
–Estaréis en el banquete conmigo. Quiero presentaros como mi más efectivo grupo de operaciones especiales. También quiero dejar clara una cosa a estos engreídos del Imperio del Otoño; en Rophean se permite la vida de cualquier especie, siempre que sean civilizados. Vosotros seréis el vivo ejemplo de ello.
–¿Acaso en el imperio no se permiten a otras especies? Tuvimos problemas en Ulnis debido a la influencia retrógrada de Golinath –dijo Sac.
–Se tolera a los Enanos y tienen una devoción insana por los medianos. Sin embargo, el resto de razas sufre un rechazo abierto por parte de los imperiales.
–¿Medianos?
–Son como los seres humanos pero no llegan a medir más de un metro de altura.
–Eso he oído, majestad. Me sorprende que puedan querer a una raza tan deleznable. Mi pueblo no se lleva bien con ellos. Rateros y ladrones. Eso es lo que son.
–Bueno… estás de suerte, hechicero. No hay ninguno en la comitiva. Los consideran un amuleto de buena suerte para ellos. Limítate a no comentar nada en contra. Los Acáridos sois tan peculiares como los Medianos así que podrían tomar tus palabras como una ofensa.
–Así lo haré, majestad.
Antes del banquete, hubo una recepción de protocolo. A los sacerdotes se les asignó dependencias a la altura de su cargo eclesiástico. Los hombres del imperio observaban las innovaciones del castillo con curiosidad y horror al mismo tiempo. Las luces de hechicería, los repelentes de insectos realizados mediante conjuros, los sirvientes elementales o la asistencia personal mediante el uso de sortilegios, los mantenía a la defensiva. Cuando conocieron a los amigos del rey, reaccionaron con desagrado. Con Sac y Murok fueron más severos, elevando las quejas al mismo monarca. Los elfos podían tolerarlos pero las bestias debían apartarse de los humanos. Ningún hombre pato, por minúsculo que fuera, compartiría mesa con altos dignatarios. Por supuesto, el minotauro estaba descartado más allá de las caballerizas.
–Tendrán que comprender que este país está abierto a otras especies. Tanto los acáridos como los centauros y los minotauros son bienvenidos en esta región. En concreto, estos dos individuos forman parte de mi cuerpo de agentes especiales. Compartirán la comida con nosotros, no hay forma de que me hagan cambiar de opinión.
Arwan Tilerius observó molesto la escena con los sacerdotes. Tras unos consejos susurrados por su sobrina, intermedió en el conflicto.
–Señores, son tiempos confusos. Les pido que no ofendan la hospitalidad del monarca. Si desea mantener a la mesa a sus mascotas, debemos comprenderlo.
–No son mascotas, querido embajador. Son ciudadanos de pleno derecho. Ese es el problema del imperio… es tan arrogante que no acepta la inteligencia más allá de los Humanos, los Medianos o los Enanos. Aquí aprenderán a respetar a todos los ciudadanos, sean del origen que sean. –La furia del monarca era evidente. Las luces hechiceras comenzaron a vibrar de forma peligrosa. La energía mágica de Grenik se acumulaba a su alrededor, convocada por su creciente enfado. Arwan tuvo que desdecirse de sus palabras.
–Por supuesto, majestad. Mis disculpas. No pretendía ofender a sus amigos. Siento el desafortunado comentario.
–Yo también. Dejémoslo correr y sentémonos a la mesa. Murok, haz el favor de ocupar el lado de nuestro embajador Tilenius. Me gustaría que aprendiera las costumbres de tu pueblo.
La cara de consternación del embajador quedó sujeta por un disimulo forzado. El enrojecimiento del rostro no pasó inadvertido en la corte. Los amigos del rey se sentaron de forma intercalada entre los sacerdotes de la comitiva. Fueron intercambiando anécdotas según surgían los platos de las cocinas. Todos intentaron comportarse conforme requería la situación. Elenthen y Arkan lo consiguieron. Murok se tomó en serio aquello de compartir las costumbres de su pueblo con el embajador Tilenius. Fue educado y cortés mientras narraba los conocimientos básicos de su especie. Sin embargo, la comida saltaba en todas direcciones cada vez que metía el hocico en el plato.
–En realidad, señor embajador, somos vegetarianos. La carne nos sienta tan mal como a los elfos. La leche agria de cabra nos provoca embriaguez. Mis congéneres la usan antes de entrar en combate.
–Entiendo, ¿sería mucha molestia pedirle que se apartara un poco? Su cuerpo no me deja llevarme el cuchillo a la boca.
–Por supuesto, embajador. –El minotauro se apartó unos centímetros de Arwan. –Yo soy un Minos poco común entre mi pueblo. Soy educado. Me han interesado desde pequeño las costumbres civilizadas. Aprendí a leer su idioma cuando era un becerro.
–¿Minos? ¿Así se hacen llamar entre ustedes?
–En realidad, no. Minos es el apelativo que usan algunos humanos. Nuestra lengua es imposible de pronunciar para vosotros. Como le decía, entre los de mi especie no gusta mucho la lectura. Yo soy un ferviente lector. Me encanta la obra de Admus Signeus. ¿Conoce usted a este escritor?
–Me temo que no.
–Pues debería leerlo. Tiene unas historias magníficas. Siempre hay un imperio maléfico que acaba por atacar a un pequeño y valiente reino. En su última novela, un caballero de baja cuna acaba salvando a su patria con la ayuda de un dragón. Al final, todo el imperio es derrotado.
El embajador comenzó a masticar con mayor lentitud según escuchaba la historia de Murok. Dejó de comer cuando la voz de Sac se impuso a la del resto de comensales. Estaba hablando de forma airada con Litus, el sacerdote supremo de Mikenes. El acárido había abusado del vino y se le percibía embriagado.
–¡El mejor mediano que conoceré nunca es el que esté muerto! ¡Son capaces de robar hasta la tumba de su abuela! ¡Al infierno con ellos!
–Hechicero Sac, creo haber dicho algo acerca de su opinión por los medianos.
–Mis disculpas, majestad. Es la bebida la que habla por mí. Pido permiso para abandonar la mesa.
–Concedido, después de que se disculpe con nuestros invitados.
El acárido elevó la voz para una disculpa audible por todos. A continuación, murmuró un cántico, acompañado de unos signos con sus manos emplumadas. Desapareció de la sala al instante. Los invitados del país vecino se sobresaltaron ante aquel conjuro de tele-transportación. Geria, la sacerdotisa de Siamat, interpeló al monarca justo después del desvanecimiento.
–¿Es habitual que se usen las artes arcanas con tanta frecuencia?
–Solemos usarlas cuando es necesario. Es un sello distintivo de nuestro reino.
–No deseo que se me malinterprete, majestad. Nosotros vemos toda muestra de magia como algo excesivo. Solo recurrimos a los dones de los dioses cuando es absolutamente imprescindible.
–Ah, bien… Entiendo. A nosotros nos gusta facilitar la vida tanto a nosotros en particular como a quienes nos rodean.
–¡O privarla de ella, si se pasan de listos! –dijo Spuff, el enano. El alcohol también había hecho efecto en él. Los sacerdotes se miraron entre sí con expresión grave. Álcicar, el sacerdote supremo de Silu, relevó a Geria en la conversación con el soberano. Izelle, a la derecha de su marido, mantenía una sonrisa forzada todo el tiempo.
–Lo que intenta decir mi compatriota es que… el uso de magia debería estar restringido a asuntos importantes.
–Exacto –dijo Kandros, el sacerdote supremo de Kuthok –, es una blasfemia detrás de otra.
–¿Blasfemia? –Preguntó el monarca –¿Por qué lo consideran una blasfemia?
–El alarde de poder es considerado pecado bajo los ojos de los diez –dijo Izelle a su lado. Mantenía la sonrisa forzada.
–Pero eso es una creencia equivocada. Si puedes hacerlo, hazlo. Esa es la filosofía que tenemos aquí.
–Eso también es blasfemia. Los dioses nunca se equivocan –señaló Litus.
–Es como portar una espada, majestad. No por ello va a estar usándola todo el tiempo –dijo Arwan.
–En algunos barrios de esta ciudad masificada, se hace todos los días. No solo se usa la espada. También la hechicería. Y es un recurso que nos viene muy bien. –dijo Mirnail, el Sumo Arcanum. Había aguantado en silencio hasta quel momento –. La magia y el empleo de la fuerza es lo que nos mantiene en equilibrio para la paz, embajador Tilerius. No entienden este país, tampoco se esfuerzan en ello. Si me disculpan, yo también pido permiso para retirarme. –Tras el asentimiento del monarca, el maestro de hechiceros se desvaneció como lo había hecho Sac un momento antes. Aquel alarde provocó una nueva exclamación ahogada entre los imperiales.
–Su refinado y beato imperio no tiene nada que ver con las tierras salvajes con las que lindamos. Ustedes ven alardes de poder. Yo veo efectos disuasorios para que no se maten entre ellos. No se atrevan a insinuar como debe ser el comportamiento dentro de mis dominios. Hagan caso a Mirnail. Realicen un esfuerzo por conocer este entorno.
–Vuelvo a disculparme, majestad –continuó el embajador Tilerius –. Estamos agotados por el viaje y el choque cultural con su pueblo es enorme.
–Lo comprendo. Mañana, cuando estemos más despejados, trataremos el tema de los templos. Pueden retirarse. Que tengan un buen descanso.
El monarca se levantó de su posición central en la mesa, dispuesto a ir a sus aposentos. Su mujer lo siguió. No dijo nada hasta que quedaron a solas.
–¿Te has propuesto iniciar una guerra contra mi familia?
–No ha sido culpa mía… Son ellos los que deberían mostrar más respeto. Están en mi casa.
–¡Si en lugar del embajador llega a ser mi padre, tendríamos toda la flota del otoño bloqueando nuestro puerto!
–Vamos, no te pongas así, Izelle. Mañana se les habrá pasado.
–Ten cuidado, los necesitas más a ellos que ellos a ti. Deberás ceder ante sus peticiones.
–Estoy de acuerdo pero no puedo pedirle a todos los ciudadanos que han estudiado hechicería que dejen de practicarla. Son casi el setenta por ciento de la población. Es nuestro principal recurso. Son ellos los que intentan imponer sus reglas fuera de su casa.
–Está bien, hablaré con mi tío de todo esto. Sin embargo, deberás ceder tú también. Casi has provocado un conflicto bélico.
–Me ocuparé de la construcción de los templos en persona. Golinath no tendrá que pagar nada de su bolsillo. Seguro que están contentos con esta medida.
–¿Y qué es eso de sentar a mi tío con el minotauro? ¿Sentarías a cualquier otro embajador junto a ese monstruo?
–Eso solo era una pequeña lección de humildad.
–Jamás vuelvas a sentar a tus amigotes en una mesa diplomática. Como vuelvas a hacerlo, seré yo misma la que rasgue tu noble cuello.
Tras decir aquellas palabras, Izelle abandonó la habitación regia. Fue en busca del embajador y los sacerdotes. Se disculpó nada más verlos. Trató de agradarles con su compañía hasta que se retiraron a sus aposentos. Debía apagar los fuegos que su marido había comenzado.