Torre Tempestad
La historia de Torre Tempestad se remonta a cuando los dragones eran más numerosos y sembraban el terror por todo Marat. En aquellos tiempos Torre Tempestad era la torre de Warwick, un hechicero medio loco que vivía aislado voluntariamente.
Alguna vez tomaba a pupilos insistentes como aprendices por una elevada cantidad de dinero y los despedía con su formación como hechiceros por acabar. Con el tiempo, nadie se acercó a la torre de Warwick en busca de conocimiento. Se podría decir que Warwick era un coleccionista de todo tipo de criaturas, las cuales mantenía mágicamente bajo su control. Tenía dos unicornios negros, un hipogrifo, dos lamias y seres del Abismo con nombres desconocidos pero todavía no poseía un dragón. Un encuentro con ellos exigía una maestría en las artes mágicas fuera de lo común. Entre los más codiciados estaban los dragones de montaña. Después de estudiar concienzudamente aquella especie, Warwick deseaba conseguir un ejemplar.
Los dragones de montaña habitaban los peñascos de la cordillera de Marat. Al contrario que sus parientes, los dragones de Llanura Árida, no escupían fuego sino que provocaban chispas eléctricas a su alrededor. De su boca emanaba el poder de la tormenta, calcinando aquello que encontrara a su paso. Existía un magnífico ejemplar en el Pico de Marat, según pudo escuchar Warwick en la posada. Necesitaba un dragón y aquel ejemplar se adecuaba a sus exigencias. Se acariciaba su larga barba negra mientras esperaba a que el posadero terminara de hablar de la desolación que causaba en la región aquella bestia. Los ojos del brujo refulgían de codicia. Su aspecto estrafalario, con aquella túnica púrpura, la tiara con gemas sobre la cabeza y un anillo distinto en cada dedo de sus manos provocaba un tartamudeo continuo en el posadero. Warwick se levantó repentinamente, hastiado, mientras recogía su bastón de hechicero, apoyado a su lado sobre la pared. Lanzó un cobre al posadero por la infusión de hierbas y desapareció, repentinamente, de la posada con un fulgor azulado. En aquel mismo instante, aparecía en el Pico de Marat, donde el viento azotaba con violencia y la nieve caía como flechas de hielo. Las nubes apenas dejaban ver más allá de su sombra. Warwick levantó su bastón y creó un pasillo entre la violenta neblina que dejaba pasar la luz del día. Realizó un sortilegio de protección y una esfera pálida lo rodeó, salvaguardándolo hasta de las inclemencias del tiempo. Escudriñó nieve y rocas hasta localizar una forma sospechosa. Se trataba de un largo cuello con aspecto pedregoso. Warwick tenía que ampliar sus sentidos mágicamente para poder apreciarlo y, al hacerlo, estrellaba una bola de fuego contra el leviatán. El poderoso cuerpo tomaba forma mientras enormes fragmentos de la montaña se desprendían ladera abajo. Las garras chirriaron contra la roca cuando el dragón se separaba del Pico de Marat, buscando a su agresor. Warwick, que había mantenido la tranquilidad en todo momento, apuntó con su bastón al ejemplar y comenzó a formular el conjuro de atadura. Un haz de poder se trazó hasta alcanzar la cabeza pedregosa del dragón. La criatura se debatía en alaridos cuando el poder del brujo penetraba en su mente. Lanzaba por su boca rayos eléctricos que chocaban contra la barrera, apenas visible, del hechicero. Así se debatieron los dos durante horas hasta que la criatura acabó exhausta. Warwick sonreía con orgullo, él también estaba agotado y habló mentalmente con el leviatán: –Tu voluntad es como una tempestad y te mereces un nombre. Te conocerán desde ahora como Tempestad. Warwick, después de aquello, llevó al dragón a su Torre, algo que no hizo gracia ni al reino de Daghor ni al reino de Encina. A ninguno.
Tanto en el reino de Encina como en el reino de Daghor, la noticia de que el brujo Warwick poseía un dragón se propagó como las llamas por el pasto seco. Más pronto que tarde, Warwick tuvo que hacer frente a ambos ejércitos en una batalla sin precedentes. Cuando el ejército de Encina se adentró en los dominios del mago por el sur, el bosque devoró a los soldados. Cayeron a cientos. Los que sobrevivían, salían enloquecidos por los horrores que Warwick había despertado allí. Los soldados de Daghor, sin embargo, atacarían por el norte desde Colinas de Basalto. Tempestad sobrevolaba sus campamentos, causando estragos. Aquella fue la última vez que Warwick tuvo que preocuparse por Dhagor y Encina. Gracias a su tremendo poder, consiguió doblegar los dos reinos para que actuaran según su voluntad. Ningún ejército pisaría de nuevo la torre de Warwick. Sus dominios estaban protegidos por Golems de Basalto en el Norte, Elementales de fuego en el Este y Espíritus Salvajes en el Sur. Tempestad se convirtió en el eterno vigilante de la torre por décadas, incluso siglos. Warwick había limitado sus movimientos, obligando al dragón a mantenerse sobrevolando los lindes de la torre para siempre. En ocasiones, Warwick lo usaba para sus experimentos y le daba a beber extrañas pócimas. En algunos momentos hacía de confidente del hechicero. Cuando se sentía melancólico era más fácil para Tempestad ahondar en los conocimientos arcanos de su amo. Aquellas ocasiones eran muy escasas para conocer nada más que migajas del vasto conocimiento mágico pero le sirvieron de mucho al dragón.
Cierto amanecer, unos ciento cincuenta años después de su captura, apareció por Torre Warwick un caballero errante, no era otro que Sir Cliford Mallory. El caballero se había extraviado y le sorprendía ver una torre donde no lo esperaba. Tempestad había percibido una oportunidad en aquel humano y atraía su atención desplegando las alas. Sir Cliford era un joven con el pelo de fuego y una barba poco poblada por aquel entonces. También era intrépido y su curiosidad se despertó. Cuando cabalgaba hacia la torre paró en seco a su caballo al reconocer la figura draconiana que se perfilaba fundida con la piedra. Desenvainaba su espada y alzaba su escudo, esperando un ataque, pero el dragón no se movió. En cambio se dirigió al caballero con palabras mentales tal y como había aprendido de Warwick siendo amable con Sir Cliford. Nuestro antecesor no entendió esa amabilidad nada más que como una amenaza. Aquello gustó al dragón y decidió usarlo a su favor. Provocó a sir Cliford hasta hacerlo atacar.
El caballo se asustó y Sir Cliford Mallory fue a parar al suelo. De un salto y dos batir de alas, Tempestad cayó sobre la montura, que relinchaba desquiciada entre las garras de la bestia. Batiendo las alas de nuevo, llevó al caballo preso a lo alto de la torre mientras Sir Cliford observaba atónito la escena. El caballero podía escuchar como el dragón devoraba a su preciada montura. Aquello enfureció a Sir Cliford Mallory de tal manera que resolvió subir él mismo a la torre y acabar con semejante criatura.
Tempestad iba aclarando el camino del caballero deshaciendo los conjuros protectores como había visto realizar al hechicero. El caballero apenas encontraba la oposición de los sirvientes de Warwick hasta que dio con él en persona. El brujo se encontraba en túnica interior desayunando sus brebajes revitalizadores que conservaban su juventud cuando Sir Cliford irrumpió en la habitación. Tempestad manipulaba la magia de la torre para favorecer al caballero, así que cuando Warwick lanzó un hechizo de mesmerismo sobre Sir Cliford, rebotó como palabrería sin sentido sobre el caballero. Sir Cliford Mallory tardó un segundo en atravesarlo con la espada. Al siguiente segundo lo había decapitado. Tempestad rugía de alegría cuando notó que las cadenas mentales se habían deshecho. Sir Cliford derribaba la puerta de la azotea de la torre, espada en mano, encontrando a la criatura exultante. Aquello, lo reconoció él mismo tiempo después, mitigó su bravuconería. Tempestad confesó entonces que estaba preso del hechicero y que lo había utilizado para librarse de sus cadenas. Entonces levantó el vuelo y surcó el cielo hasta que Sir Cliford dejó de verlo en la distancia.
Para Sir Cliford Mallory aquel lugar representaba su primera y única victoria. Esperaba servir en el reino de Encina pero acabó siendo el señor de aquella torre. En honor al dragón de montaña, Sir Cliford Mallory bautizó aquel lugar como Torre Tempestad, la ciudad que nos arropa ahora, nuestra ciudad.
FIN