Una captura más
Pocsack seguía los movimientos de la humana mediante la pantalla de su terminal. El equipo era propiedad de Neus Seis y había tenido problemas para aprender a manipularlo. Rememoró con brevedad la relación que mantenía con los humanos y se le escapó un ronroneo de agradecimiento. Su especie se defendía de la raza insecto conocida como los Ajenos. Los límites de las fronteras de la confederación galáctica estaban marcados por las enormes naves nodriza de esta especie. El sistema K estaba en una zona neutral, los Ajenos mantenían un bloqueo galáctico con tres de sus naves. La raza Lince no pudo hacer frente con su flota; sus naves insignia fueron destruidas. El asalto planetario fue distinto para los Ajenos. La raza felina conocida como Linces, ofrecieron una fuerte resistencia. La raza insecto fue rechazada en la batalla de Rocablanca. Fueron años de bloqueo galáctico hasta que surgió la enfermedad. Los Ajenos habían confeccionado un virus que acababa con los Linces a millares. Pocsack, como jefe de su pueblo, tuvo que actuar. Superó el bloqueo de los Ajenos y entabló contacto diplomático con la confederación. Se identificó como líder de todos los clanes y expresó su deseo a unir el sistema K a la confederación, cediendo los recursos naturales de tres planetas. Esta declaración la hizo ante el consejo de Antiguos. La respuesta se hizo esperar aunque sorprendió a Pocsack. Su pelaje se erizó de rabia. Los alienígenas de piel violácea manifestaron los problemas políticos que derivarían a causa de una intervención directa. La solicitud de amparo había sido denegada. Se había quedado sin opciones para salvar a su pueblo. Más furioso que desesperanzado, volvió a la plataforma de despegue.
A punto de embarcarse en su pequeña nave, Pocsack fue interceptado en el hangar de su nave por aquella mujer humana. Se identificó como la teniente Neus Seis. El felino puso su cara de pocos amigos y aplastó las orejas, listo para el combate. Ella solo le entregó un terminal de datos y se marchó. Echó un vistazo a la información cuando estuvo sentado frente a los mandos de Garra. Activó la inteligencia artificial y examinó con atención el informe de la teniente Seis. Su enfado desaparecía según avanzaba la lectura. La confederación galáctica daba su apoyo al sistema K de forma soterrada. Debía presentarse en la fragata Primarca al comandante Támorak. Tomó los mandos de la nave y la dirigió a las coordenadas señaladas.
–Estoy a punto de entrar, Pocsack. ¿Ya has dominado el equipo técnico? –Controlado, te sigo a una distancia de quince metros. –La voz sintética del traductor que Pocsack había escogido hacía sonreír a Neus Seis. Era fuerte y seductora, agradable para muchas mujeres.
–Voy a llamar. Espero no tener que disparar antes de lo necesario…
–Si te cazan ahí dentro, no podré ayudarte así que ya puedes ser convincente.
La mujer de cabello oscuro llamó a la puerta metálica. Sostenía un maletín de metro y medio. Iba armada con una pistola automática y un mono de neotejido blindado que cubría con un gabán. La puerta se abrió.
–Llegas tarde, Seis. –El acento del hombre era de Surán. En aquel sistema proliferaban los piratas y maleantes. Aquel mercenario de piel oscura tenía toda la pinta de serlo.
–Es difícil llegar hasta aquí. ¿Sabes que hay una nave de la confederación en órbita? He tenido que usar tres identificaciones distintas para que no me bloquearan. –Encendió un cigarrillo surano. –¿Está él?
–Tal y como prometió. Te verá siempre que tengas las armas.
–Están en la nave. Aquí traigo una muestra. –Levantó el maletín y colocó delante del mercenario. –No voy a traer hasta la puerta una tonelada de armamento yo sola. Quiero hablar con O´guk y cerrar el acuerdo. ¿Vas a invitarme a pasar o tengo que esperar en la calle? –Expulsó el humo azul sobre el rostro del mercenario.
Los suburbios de aquel planeta estaban en disputa por las bandas y los cuerpos del orden. Aquel barrio estaba controlado por una banda en concreto, los Sanguinarios de O´guk. Asaltaban las rutas comerciales con total impunidad. La Autoridad recompensaba con cinco millones de créditos confederados la captura de O´guk, líder de la banda. Su modus operandi era siempre el mismo. Desviaban la ruta de su carguero objetivo, donde lo abordaban, saqueaban la carga y volaban la nave por el cosmos. El problema para capturarlos es que se movían en naves pequeñas, de muy difícil detección. Encontrar el planeta base de la banda había sido un galimatías para Pocsack y Neus Seis. Encontraron el rastro gracias a un contrabandista de armas, amigo de la humana, casi por casualidad. La agente contempló aquella guarida sin reflejar emoción alguna. La planta baja, que hacía las veces de comedor, cocina y recepción de visitantes, tenía los mejores muebles rotos del distrito. El olor a comida prefabricada se confundía con el del moho y unos sillones agujereados ofrecían cierto confort. Dos hombres y una mujer comían sus raciones despreocupadamente. La agente se sentó en el sillón individual que quedaba libre y esperó con el cigarrillo en la mano.
–Eres el contacto, ¿no es cierto? –Habló la mujer del grupo, parecía tener mayor rango. –Estamos interesados en tus fusiles desde que oímos hablar de ellos.
–Es normal. Material de primera. –Apagó el cigarrillo surano en el suelo y ofreció su mano –Neus Seis.
–Lorna Hawk. –dijo sin estrechar la mano tendida. Neus Seis la retiró con despreocupación. –Según tengo entendido, los nuevos Fhender-Sting 89 no necesitan munición.
–Estás en lo cierto. Tienen una carga de plasma que se va recargando cuando está inactiva. El fusil tiene una capacidad de cuarenta y cinco disparos ininterrumpidos y un índice de recarga de tres segundos por disparo. Eso hace que dispongas de munición ilimitada hasta que la célula de energía se apague por completo.
–¿Cuánto tiempo dura la célula de energía?
–Un año galáctico.
–¿En serio? –Duke, otro de los mercenarios que cenaba en el pequeño salón, levantó la mirada con entusiasmo. –Puedo pasarme disparando trescientos sesenta días sin cesar. –Sonrió bobaliconamente y se concentró de nuevo en el plato.
–Están pensados para campañas de larga duración, donde el abastecimiento es difícil. Solamente los usan las fuerzas espaciales confederadas y los agentes de la Autoridad.
–¿Cómo los has conseguido? –La mujer desafió con la mirada a Neus Seis. Ella se limitó a contestar con tranquilidad.
–Querida, yo no hice nada para conseguirlos. Han venido a parar a mis manos rápidamente debido a cierto carguero que se accidentó en Veckiz. Nadie sobrevivió a aquel accidente y la carga quedó huérfana. Un buen amigo pasaba por ahí y no sabía qué hacer con el material. Por esta razón, contactó conmigo y yo contacté con vosotros. Me llevo el diez por ciento de la venta.
–Entonces no creo que te merezca la pena, no estamos dispuestos a pagar mucho por ellas. O´guk es implacable en sus negociaciones.
–Creo que puede llegar a ser razonable. –Los tres rompieron a reír de forma burlona.
–Ya lo comprobarás.
–¿Cuándo lo comprobaré? Me están esperando.
–Dentro de poco.
Pocsack se desplazaba sigiloso por los tejados en ruinas de aquella zona. De su muñeca se proyectó un cable que le ayudó a alcanzar el tejado del edificio contrario. Aterrizó con un leve murmuro sobre la cornisa y avanzó por la azotea de aquel edificio plano. Consultó el terminal, la cámara daba treinta y siete lecturas de vida. Centró el objetivo en su compañera y esperó a que se formara un mapa en tres dimensiones del edificio.
El tipo negro llamó la atención de Neus Seis. Tomando el maletín, se levantó hacia las escaleras de subida. Los tres mercenarios abandonaron sus platos vacíos y los siguieron. Diez personas estaban trabajando en un plan de asalto en el primer piso. El enorme portero continuó subiendo escalones, en el segundo piso tomó el pasillo de su izquierda. Había dos guardias al final de la escalera que se cuadraron al verlos. Una puerta de seguridad cortaba el paso entre los dos. El mercenario de piel oscura pulsó un código y la puerta se abrió automáticamente. El pasillo continuaba hasta otro tramo de escaleras que ascendían hasta el tercer y último piso. Otra puerta de seguridad bloqueaba el acceso; tuvieron que esperar a que ésta se abriera desde el interior.
Pocsack ronroneó de satisfacción cuando en el terminal apareció la señal de Neus Seis. Se había situado en el piso inmediatamente inferior a donde él estaba. Era una habitación sin ventanas. Tenía que inventar una forma de entrar. Podsack sacó los explosivos, trianguló la posición y distribuyó las dos cargas en un punto concreto de la azotea. Valoró en una pantalla inicial los cálculos de la explosión y añadió una tercera y última carga. Se alejó unos metros y habló con su compañera.
–Se te va a venir el techo en cima, en tres segundos, dos… –Neus Seis estaba ofreciendo su tarjeta de identificación a la monstruosidad alienígena conocida como O´guk cuando escuchó las palabras de Pocsack. Su apariencia impresionaba debido a las dobles fauces características de la raza Nissek. Andaba sobre dos piernas y su envergadura era como la de dos humanos. Un único globo ocular ocupaba el centro de su frente y una pelambrera del grosor de una bala poblaba el resto de su cabeza. Se hacía entender mediante un traductor similar al que llevaba Pocsack en su garganta. Cuando ella retiró la mano, tratando de apartarse, O´guk atrapó su antebrazo, impidiendo toda maniobra de esquivar que pretendiera hacer. El techo cayó sobre ellos con una enorme explosión. Los escombros cubrieron a O´guk, sepultándolo en el acto. Neus Seis fue rápida como una centella, rodando sobre sí misma fuera del alcance de los restos más pesados. La teniente estaba aturdida, tumbada en el suelo, cuando su compañero felino irrumpía a través del techo, colgado de un cable. Los disparos de su arma automática volaron a través de la reciente confusión, matando a dos de los secuaces de O´guk. El portero reaccionó apretando el gatillo de su subfusil tratando de alcanzar al cazarrecompensas. Una de las balas atravesó el antebrazo de Pocsack. La sangre brotó con dolor y perdió la pistola automática en el impacto. Soltó el cable y rodó por el suelo hasta alcanzar una columna de hormigón. El mercenario vació el cargador y buscó otro para reemplazarlo.
Entonces, los escombros saltaron por los aires. O´guk salió de la nube de polvo, enfurecido. Había sacado su propia recortada y disparaba hacia la posición de Pocsack. Las postas se estrellaron en la columna, levantando fragmentos de hormigón.
Neus Seis había conseguido reaccionar y se sumó al tiroteo. El enorme portero seguía preocupado por recargar su arma cuando cuatro balas perforaron su pecho. Una quinta puso fin a su vida, alojándose en la frente del surano. La teniente había delatado sus intenciones, también su posición. Lorna se volvió hacia ella con el arma presta. Un certero disparo perforó el pecho de la agente, estrellándose contra el mono de protección que llevaba bajo el gabán. El impacto la dejó sin respiración, desplazándola hasta dar con su espalda contra el suelo. Lorna continuó disparando en su dirección, sin acierto. Neus Seis se arrastró en busca de alguna cobertura, que encontró detrás del cadáver de Duke.
Pocsack recibía las esquirlas sobre su pelaje rubio debido a la lluvia de postas que O´guk disparaba en su dirección. La mole había abierto su ángulo de disparo, debía hacer algo o moriría. Su brazo derecho estaba inutilizado y no dejaba de sangrar. Ahogando el dolor, saltó de aquella posición, rodó hacia la consola de mando y se cubrió detrás. O´guk se acercaba disparando sin descanso. De su bolsillo, Pocsack extrajo un cilindro metálico de veinte centímetros. Pulsó su base y lo lanzó hacia el enfurecido alienígena. El cilindro voló previsible hacia el rostro de O´guk y lo desvió de un culatazo. El artefacto proyectó el humo verde con un fuerte estertor, que se disipó sin ningún efecto a unos metros. El jefe mercenario profirió algunas expresiones en su extraña lengua; la voz estándar del traductor formó las frases en lengua común. No pasó de los insultos y las amenazas de muerte. Pocsack escuchó que su adversario recargaba el arma mientras el traductor se hacía un lío con los matices de pronunciación. Sacó otro de los cilindros que portaba en el chaleco, lo activó y volvió a probar suerte, esta vez lanzando un pedazo de yeso antes. O´guk desvió el primer proyectil aunque no esperaba otro inmediatamente después. El cilindro liberó el gas en plena cara del líder mercenario. Aulló durante unos segundos antes de caer inconsciente. Se desplomó con un sonoro estruendo, no sin antes disparar su arma hasta agotarla. La neurotoxina había actuado en su organismo. Pocsack pudo salir de su escondite y recuperar la pistola tras echar un rápido vistazo a la zona de combate. Neus Seis, tirada de espaldas sobre el suelo, levantaba a un cadáver, que recibía balazos de otra mujer mercenaria. Se estaba acercando a su objetivo hasta que encañonó la cabeza de Neus Seis. Haciendo uso de su brazo ileso, disparó su pistola en modo ráfaga. La mayoría de las balas se perdieron pero dos de ellas alcanzaron su blanco. La primera fue directa al abdomen de Lorna, haciendo errar su disparo y librando a la agente de una muerte segura. Un segundo impacto acabó con la amenaza mercenaria, alojándose en la cabeza de la mujer y abriendo un boquete en la parte posterior de su cráneo. El cuerpo se desplomó, dejando el cerebro esparcido en la pared, a dos metros de distancia. Pocsack cambió el cargador y disparó hasta tres veces más para asegurar la muerte de su objetivo. Alcanzó el cuerpo de Neus Seis y lo levantó del suelo. Ella respiraba con dificultad. El mono de neotejido le había salvado la vida.
–Hay muchos más… Están abajo… no tardarán… en llegar. –Tardó un minuto en acompasar la respiración aunque el dolor no había desaparecido. –¿Por dónde salimos?
–Por el único sitio posible. –Pocsack entrecerró sus ojos depredadores y señaló el agujero del techo. Se dirigió a O´guk, seguía inconsciente. Sacó un tercer cilindro de su chaleco y lo activó. El cilindro se alargó hasta abrazar las piernas del forajido. Se enganchó el otro extremo, convertido en cable, al mosquetón de su chaleco e indicó a Neus Seis que se acercara e él. Ella recuperó el maletín de metro y medio, lleno de polvo. Accionando el aparato de su muñeca izquierda, el cable que había usado para el descenso se acopló al artefacto.
–Tienes que agarrarme, estoy herido. –Dijo la voz sintética del felino. Ella se abrazó a él con fuerza y esperó el tirón de ascenso. En la azotea, una luz iluminó la posición de ambos.
–Es Garra, está pilotando la inteligencia artificial. Sube a la plataforma.
Siguió al felino hasta la plancha de corundum que bajaba hacia ellos. Pocsack enganchó el cable de su chaleco a la bobina del cable de la nave y la activó. El cuerpo de O´guk fue izado a toda velocidad hasta la plataforma, golpeando salvajemente contra escombros y salientes. Tras sujetarlo, la plataforma se retrajo en el vientre de la pequeña nave y se alejó del edificio hacia el espacio exterior.
Neus Seis ayudó a Pocsack a introducir al preso en la cápsula de hibernación. Cuando terminaron, se ocuparon de ellos mismos. Pocsack aplicó el fiblilax en la herida abierta de su antebrazo; la carne y el pelaje aceleraron su metabolismo hasta sanar por completo. Dejó la ventosa usada en su taquilla y se puso el mono espacial. Se acopló a él gracias a la nanotecnología, que cubrió desde su cuello hasta la cola, dejando libres tan solo las manos y la cabeza. Avanzó unos metros hacia la cabina, donde tomó asiento en su sillón de mando. Neus Seis llegó poco después y ocupó el asiento que quedaba libre.
–Buena caza, con este último ya tenemos a cuatro fugitivos de la Autoridad. ¿Dónde vamos a cobrar?
–En Máxima, cuartel general de la Autoridad. Allí nos pagarán las recompensas.
–¿Cuánto sacamos? ¿Unos doce millones de créditos?
–No lo suficiente… Necesitamos comprar la cura para mi pueblo cuanto antes.
–Vamos, no seas pesimista. Sólo queda recaudar treinta millones más, podemos conseguirlo.
–De lo contrario, todo mi clan, todos los míos… morirán. –Pocsack propulsó la nave, sintiendo el peso de la responsabilidad, hasta que entró en fase. El espacio-tiempo se replegó ante ellos y alcanzaron el sistema capital en cuestión de instantes. El planeta capital fue creciendo ante ellos y Garra se perdió entre el tráfico atmosférico, con su objetivo claro como el agua.