Venganza distante
Takanashi Genji regía el clan más pobre que poblaba las cercanías de Edo. El invierno lo había privado de los últimos caballos de los que disponía. La mitad de su feudo había emigrado hacia la capital o a otras provincias adyacentes. Apenas podía cubrir gastos con lo que le otorgaba aquella región.
A sus veinticinco años, era el miembro más joven de la historia de su familia. Aquello tenía una explicación incómoda. Fue testigo, con apenas cuatro primaveras, del asesinato de su padre cuando llegaba de una campaña militar. Ashikawa Ryuku, el Daimyo vecino con el que estaba en guerra, tendió una emboscada a las tropas confiadas del clan Takanashi. El ataque duró lo que tarda un rayo en desvanecerse. Murieron también sus tres hermanos mayores, sin posibilidad de una defensa digna. Contempló atónito, en los brazos de su madre, aquella matanza en la que tomaron desprevenido a todo el clan. Le perdonaron la vida con la condición de acompañar a la familia Ashikawa hasta cumplir la mayoría de edad. Su madre sufrió un destino peor y jamás volvió a saber de ella.
Al cumplir los quince años fue liberado por los Ashikawa y regresó a lo que quedaba de su feudo. El propio Shogun intercedió para que el clan Takanashi volviera a servir al imperio. Sin embargo, las prósperas tierras de su padre habían desaparecido. La gran mayoría de las zonas de cultivo habían sido arrebatadas por Ryuku y sus hijos. No le quedó más remedio que asumir aquella situación aunque en su mente arraigó la idea de venganza. A su servicio, desde que llegara al castillo, había encontrado a cuatro samuráis fuera de lo común. El mayor de todos era Takemura. Su carácter reservado guardaba sabiduría y buenos consejos. Murakami era rápido y orgulloso, siempre centrado en la mejora personal de su técnica de lucha con dos catanas. Narutomo era sigiloso como una sombra y le despreocupaba aplicar el código del Bushido en sus actos. Yamato, a pesar de ser un guerrero como los demás, gozaba de un carácter cortés más dado al diálogo que a la espada. Siempre se interesó más por la medicina que por la lucha, consiguiendo un gran dominio de la cirugía. Takanashi Genji entrenó con ellos cada día, planeando con detalle los movimientos que verían cumplida su venganza. Y entrenó largo tiempo.
Tuvieron que pasar diez años y repasar mil trescientas veces los pergaminos sagrados de la familia antes de sentirse preparados para comenzar. Aquellos pergaminos habían sido confeccionados por su propio padre, continuando las enseñanzas de su abuelo y del padre de su abuelo. Habían completado los rigurosos obstáculos para que cada uno de ellos equiparara a diez guerreros curtidos. Habían entrenado codo con codo, hombro con hombro. Estaban preparados para ofrecer su vida por la causa de su señor. Las técnicas secretas despertaron en aquellos samuráis una forma de lucha insólita, jamás vista hasta entonces. El joven señor sabía que a todos los alimentaba la misma emoción. Sin embargo, si fueran descubiertos demasiado pronto, sería su fin.
Había recibido las malas nuevas de la pérdida de los caballos unas horas antes de la invitación del shogunato Tokugawa para acudir a la celebración del Setsubun. Debía ser una señal de los dioses. Avisó a Takemura y prepararon el viaje para salir aquella misma tarde. Era una invitación protocolaria a la que no había acudido desde que fuera señor de aquellas tierras. Durante el Setsubun se realizaban hogueras en las calles de Edo para quemar lo viejo y dejar paso a lo nuevo. Quiso interpretar aquello como otra señal de los dioses. Sus hombres habían preparado un palanquín para llevarlo de forma ceremoniosa hacia la capital del imperio. Cuatro jóvenes y fuertes aprendices cargarían el transporte y servirían de ayudantes de cámara para Takanashi Genji. Los cuatro hombres de confianza se encargaron de flanquear a su señor y asistirle durante el trayecto.
A lo largo de aquel viaje, la comitiva se encontró con noticias preocupantes. El shogunato Tokugawa había confiado en el clan Ashikawa para muchas de las labores de administración en la capital. Gozaban de una posición de favor indiscutible. Genji intentó que la preocupación no lo invadiera de nuevo. Aquello no cambiaba nada. Tan solo debían ser mucho más quirúrgicos en su intervención. Intercambió estas impresiones con Takemura y los demás. Murakami terminó con las dudas de su señor afirmando que no habían estado entrenando durante diez años las técnicas secretas del clan solo para fracasar en el intento. Los demás compartieron miradas de seguridad y mucha determinación. La suerte ya estaba echada.
La llegada a Edo fue una perturbación para aquellas almas tranquilas de campo. Miles de personas se concentraban en las calles. Los mercados ofrecían productos de toda clase en puestos improvisados. Tras varias horas de circulación entre carretas, palanquines y caballos, llegaron al recinto imperial. Allí el silencio era absoluto. Las calles estaban blanqueadas con cal y no atravesaba nadie aquella zona. Los guardias de la entrada al recinto comprobaron la invitación de la comitiva y los dejaron pasar. Atravesaron aquella zona con una calma tensa. Pese a que no vieron a nadie por aquellas blancas y amplias calles se sentían vigilados en todo momento. El castillo se situaba en el centro de aquel complejo. Una vez llegaron a la entrada de la fortaleza, el chambelán les dio la bienvenida. Tras bajar del palanquín, Takanashi Genji se dirigió con su séquito a la sala de recepciones. El mismo Shogun estaba presente en la recepción. A su lado se encontraba Ashikawa Ryuku, envejecido tras la última ocasión que tuvo de verlo. Su corazón comenzó a latir mucho más rápido.
Genji consiguió dominar sus nervios y procedió a realizar el saludo protocolario. Se arrodilló frente al shogunato y agradeció la invitación al acto. Ashikawa Ryuku parecía feliz de verlo. Habló sobre los días que pasó en su provincia, creciendo con sus propios hijos y bromeó sobre ello. Genji tuvo que seguir la corriente y devolver la sonrisa a Ashikawa. Tras ser invitados a hospedarse en el castillo, Genji rechazó la proposición. Aquel clan samurái no era digno de emplazarse allí, no querían ofender a sus anfitriones. Aquella muestra de humildad hizo sonreír al shogun y al mismo Ashikawa Ryuku. La intención del joven señor era la de ser subestimado y ninguneado por su enemigo. Lo había conseguido.
Ordenó a Takemura a que encontrara un alojamiento discreto aunque digno de su posición. Al preguntar por los alrededores del primer barrio, fuera de la ciudad imperial, consiguieron el nombre del hotel más famoso de la zona. Se llamaba el Loto Negro. Estaba situado en el barrio de Yoshiwara y gozaba de una reputación lamentable. Aquello animó a los samuráis de Takanashi y se dirigieron allá con una sonrisa dibujada en sus rostros. En la entrada del recinto, Takemura, Murakami y Narutomo sintieron una amenaza. En el local había muchos samuráis con los colores naranja y negro de los Ashikawa. Tras preguntar por los alrededores descubrieron que aquel edificio pertenecía al clan enemigo. Quien lo administraba era Ashikawa Urabe, el hijo menor de Ryuku. Genji lo conocía bien. Era bueno con la catana aunque era mejor con las finanzas. Se batía en continuos enfrentamientos contra él cuando eran niños hasta que consiguió ganarle por primera y única vez. Como consecuencia, encajó una paliza de sus hermanos mayores por haber hecho sangrar a su hermano pequeño. Debían alojarse en otro lugar y vigilar el Loto Negro.
Saliendo de aquel lujoso lugar se toparon con dos mujeres de vida alegre que ofrecían una casa de té como hospedería, entre otros servicios. El precio era asequible y la posición para ellos era inestimable. Estaba frente a la entrada del hotel y podían vigilarlo noche y día. Takanashi Genji pagó por adelantado y las mujeres, madre e hija en realidad, brillaron de alegría al ver el dinero. La comitiva siguió a sus nuevas anfitrionas hasta aquella pequeña casa de dos plantas y aspecto delicado. La vigilancia se inició en el acto. Iban relevándose en el seguimiento de la entrada y salida de los hombres de Ashikawa. Al día siguiente, a primera hora de la tarde, Urabe salió con cuatro de sus hombres. Genji envió a los suyos para estudiar la situación. Se trataba de una rutina que realizaba para cobrar de otros establecimientos. Recaudaba el dinero y regresaba al hotel. Al día siguiente no hubo rastro de movimiento.
Tuvieron que esperar una semana entera hasta que Ashikawa Urabe diera señales de vida otra vez. Entre tanto, Takanashi Genji fue al castillo del Shogun cada mañana y mantuvo relaciones cordiales con los señores de otros clanes como los Suzuki, los Niwa o los Takeda. En aquellos instantes descubrió que el clan Ashikawa era bastante poco querido en la capital. Muchos sospechaban de ellos y la ambición por el poder que mostraban resultaba incómoda hasta para el mismo Shogun. Si el clan Ashikawa se viera atacado, pocos lo apoyarían de facto. Era otra razón para actuar contra sus odiados vecinos.
Narutomo apareció por la hospedería con uniformes de los Ashikawa para evitar ser reconocidos. De aquella forma pasarían desapercibidos y causarían confusión durante su primer atentado. Habían resuelto atacar a Ashikawa Urabe en su siguiente recaudación. Tenían el lugar escogido, una pequeña taberna a dos manzanas de distancia. La regentaba un viejo ambicioso que aceptó un soborno para que los hombres de Genji se posicionaran allí.
Ashikawa Urabe salió aquella tarde con el doble de hombres de lo que habían esperado. Yamato fue directo desde la casa de té, donde vio salir al objetivo, hacia la taberna donde esperaban sus compañeros para realizar la emboscada. Takanashi Genji se encontraba en la corte junto a los porteadores. Debía afianzar la fama de casa empobrecida que buscaba apoyo en otros clanes. Fue Takemura quien asumió la responsabilidad de seguir adelante a pesar de los refuerzos. Animó a los demás samuráis a que recordaran las técnicas aprendidas y confiaran en ellas. El resto estaba en manos de los dioses.
El viejo de la taberna fue la clave. Pese a haberle pagado por sus servicios, estuvo nervioso e intranquilo durante todo el día. Intentó hacer que Takemura y los demás comieran y bebieran su comida pero el samurái veterano desconfió de la comida. El viejo se puso todavía más nervioso. Supo que los había traicionado en el momento en que Urabe se quedó en la entrada y envió a dos de sus hombres a que recaudaran el dinero. Sin esperar a nada más, ordenó el ataque. Se ocupó de los dos hombres que entraron a recaudar de dos poderosos movimientos. La catana Viento del Oeste, empuñada por Takemura como herencia familiar, desmembró con presteza a aquellos samuráis. Narutomo estaba en el piso superior que servía de almacén. Gracias a su sigilo se había mantenido invisible para las fuerzas de Ashikawa. En aquel momento se lanzó hacia uno de los hombres de Urabe, sorprendiéndolo desde el cielo. Fue muerto al instante. Murakami actuó entonces, saliendo por la puerta principal y fijando como objetivo al propio Urabe. Este último consiguió desenvainar la catana en el último momento y desvió las estocadas destinadas a matarle.
Estaba confundido ante la contundencia de aquella agresión. Urabe veía el uniforme de su casa en aquellos desconocidos y no estaba seguro de si se trataba de traición. Amenazó con acudir a su hermano, Ashikawa Kazuto, jefe del Bakufu en Edo. Al comprobar que lo único que provocaba eran risas burlonas en aquellos contrincantes ordenó a sus hombres más atrasados a disparar con los arcos. En aquel instante recibió el ataque definitivo de Narutomo. Apareció de costado, cercenando el brazo que portaba la catana de Urabe, provocando un manantial de sangre. Murakami salió a la carrera para ocuparse de los arqueros. Desvió dos flechas y encajó una tercera en el hombro antes de partir por la mitad a su primera víctima. La segunda recibió en el vientre la catana izquierda, que lanzó con tanta fuerza que atravesó al arquero. Se acercó a él y recuperó la espada mientras guardaba la catana derecha. Takemura se enfrentó a los samuráis restantes acabando con ellos de uno en uno con estocadas contundentes y efectivas. Los demás hombres de Ashikawa se dieron a la fuga, gritando de pánico. Narutomo remató a Urabe antes de que llamara más la atención. La primera fase de su venganza había finalizado con éxito.
Takemura reunió a sus hombres y los mandó formar. Llegaron a la hospedería bajo la argucia de hacerse pasar por guardias de Ashikawa. Funcionó el tiempo suficiente. Yamato se ocupó de la herida de Murakami antes de que empeorara. Takanashi Genji llegó en aquel momento y le comunicaron las buenas nuevas. Aquello no era todo, sabían cómo localizar a Ashikawa Kazuto, el hermano mediano de los Ashikawa. Tras recibir aquellas noticias, Genji supo que debía actuar con rapidez para seguir aprovechando el factor sorpresa. Junto a Takemura, idearon un plan. Narutomo se infiltraría en el edificio del Bakufu mientras los demás crearían una buena distracción en la calle. Aún ataviados como guardias de Ashikawa, se dirigieron hacia aquella zona de la ciudad. Genji los guió a través de las calles tumultuosas y salpicadas con las hogueras del Setsubun.
En la plaza donde se erigía el edificio del Bakufu había mucho tráfico de gente con mercancías. Estaba cayendo la tarde y todo el mundo en Edo se retiraba a sus casas. Narutomo consiguió infiltrarse en el edificio en completo sigilo. Takemura y los demás retuvieron el tráfico de personas, fingiendo registros y creando malestar entre los ciudadanos. Murakami arrastró material inflamable a la fachada sur y prendió fuego para causar más caos en la zona. Poco tiempo después, los agentes del Bakufu salieron del edificio para saber qué estaba sucediendo. Narutomo aprovechó la oportunidad para deslizarse hacia el piso superior y localizar la oficina de Ashikawa Kazuto. No tuvo ninguna oportunidad. Fue la sombra de la muerte para él. Atravesó el cuerpo de Kazuto por la espalda, mientras estaba frente al escritorio firmando sentencias de muerte. El sigiloso samurái abandonó el edificio con el mismo sigilo con el que había entrado. Una vez en la calle, hizo una seña a Genji y este retiró a todos sus hombres de regreso hacia la hospedería.
Al día siguiente, la comitiva al completo se dirigió al castillo. Durante el trayecto, notaron a los samuráis de guardia muy tensos. Tuvieron que presentar los salvoconductos del Shogunato en tres ocasiones. Estaban buscando a un asesino que había acabado con dos altos funcionarios del estado. Yamato hizo gala de su labia para convencer a los guardias de su inocencia. Tan solo eran un clan pequeño al servicio del Shogun y el Emperador y en nada eran conocedores de aquel suceso. De aquella forma accedieron al castillo, donde fueron recibidos por el Shogunato y los demás Daimyo con expresiones graves. Genji no consiguió ver a Ryuku en aquella reunión. Como averiguó más adelante, había decidido recluirse en sus habitaciones hasta aclarar la muerte de dos de sus hijos.
Durante la reunión, el portavoz del clan Ashikawa acusó al clan Suzuki de ser beneficiarios de la caída en desgracia de su clan, con lo cual eran los culpables de aquellas muertes. El soberano de los Suzuki negó aquella acusación con vehemencia y acusó de sacar provecho político de aquel suceso. El Shogun pasaba la mirada de uno a otro, sin embargo no se decantó por ninguno de ellos. Ordenó encontrar al asesino o al grupo de ellos e interrogarlos.
Durante el tiempo posterior a aquella reunión crítica Takanashi Genji fue convocado por el clan Suzuki. Nadie podía engañar a aquel viejo zorro. Lo identificó como el artífice de aquellos asesinatos y le proporcionó la información que necesitaba para dar caza al último hijo de Ashikawa Ryuku. Se trataba de Isuke, el más fuerte de todos los hermanos. Estaba en la casa de la moneda de Edo, era el responsable de acuñar la moneda en curso. Se había acantonado en aquel emplazamiento con sus mejores hombres. Al preguntar por qué recibía aquella ayuda, el Daimyo sonrió con afabilidad y respondió que fue amigo de su padre. Sin embargo, no iba a dejar que aquella culpa recayera sobre el clan Suzuki. Tenía un solo día para atajar esta situación. De no cumplir con el plazo, tendría que delatar al clan Takanashi al emperador. Genji asintió y se sintió abrumado. Al final confeccionó el mejor plan que podía permitirse. Retaría a Isuke a un duelo singular. Repetiría la táctica que había empleado en el edificio del Bakufu.
Compartió los detalles estratégicos con Takemura. Este aceptó el arriesgado plan con fe ciega en su señor. Narutomo también estuvo de acuerdo. Tenía que entrar en el edificio por los desagües de limpieza. Mientras esto ocurría, Genji estaría con la comitiva frente a la casa de la moneda, repitiendo el desafío contra Ashikawa Isuke hasta que se diera por aludido. Esperó la primera hora con paciencia. Para la segunda hora puso más énfasis en su tono y sus palabras. La gente comenzó a concentrarse alrededor de ellos. Para la tercera hora, Narutomo estaba en posición y Genji se estaba quedando sin voz. Había tildado de malnacido y cobarde a su contrincante cuando las puertas se abrieron por fin.
Veinticinco samuráis de Ashikawa salieron y tomaron posición frente a la comitiva del clan Takanashi. Frente a esta pequeña fuerza iba Ashikawa Yori, el hijo de la hermana de Ryuku y portavoz de la familia. Dijo que reconocía a Genji y que siempre fue débil y cobarde. Yori era de los que se apuntaba a darle palizas de niño cuando tenía oportunidad de hacerlo. Miró a Takemura y le pidió que se ocupara de ello. El veterano samurái se acercó a Yori y aceptó el reto en nombre de su señor. En el interior, Narutomo descubría asuntos turbios del clan Ashikawa. Estaban desviando muchos fondos para sí mismos. Había una contabilidad doble que falseaba la producción de moneda, quedándose el clan un porcentaje generoso. Aquellas pruebas debía verlas el Shogun.
El duelo entre ambos samuráis duró unos tensos minutos. Tras un intercambio equilibrado de golpes, Yori hirió de levedad a Takemura. El veterano sonrió al comprobar que su contrincante se estaba impacientando. El siguiente movimiento fue directo a acabar con él. Tal y como había predicho, Yori se abalanzó con todo su peso en un golpe letal que Takemura pudo evitar. El contraataque del veterano fue a la altura del vientre. El contenido se desparramó con escandalosa visión en el pavimento. La gente exclamó impresionada cuando Takemura decapitó a su contrincante antes de que golpeara el suelo. Fue entonces cuando los soldados de Ashikawa atacaron todos a la vez. Narutomo se dio cuenta antes que nadie y comenzó a atacarlos desde la retaguardia.
Takanashi Genji desenvainó su catana y la comitiva imitó el gesto al instante. Lucharon como habían esperado en los entrenamientos diarios durante diez años. Avanzaban abriéndose paso por una cortina de sangre que repelía los miembros de los soldados Ashikawa en todas direcciones. Se movían con una rapidez que rozaba lo sobrehumano. Pronto cundió el pánico entre las fuerzas Ashikawa aunque no pudieron retirarse de la batalla. Murakami era el martillo frontal que les golpeaba. Narutomo era el Yunque contra el que se estrellaban. Los soldados fueron rematados con compasión. Ensangrentados, la comitiva se adentró en el edificio.
Sólo encontraron cadáveres en el interior de la casa de la moneda. Narutomo había invertido bien el tiempo. En la última planta de todas, encontraron a Isuke ataviado con una armadura completa. Genji, convencido en un principio, dio un paso atrás. Pidió a Takemura que se ocupara de él. El veterano estrelló su catana, Viento del Oeste, contra la armadura de su rival. La mítica espada de su familia se quebró en cuatro pedazos. Asombrado por la dureza de aquel metal, retrocedió de un salto. Murakami atacó entonces, parando a duras penas un poderoso golpe del titán acorazado. Su contraataque, veloz como el rayo, apenas hizo mella en la armadura. Las chispas saltaron con los tres golpes que había acometido aunque sin resultado alguno. Genji comenzó a preocuparse por la fuerza de aquel rival. Bajó de nuevo la espada y Murakami recibió un tajo que le cruzó todo el pecho hasta el vientre. Yamato se aproximó al compañero herido y lo retiró del combate.
Genji vio todos sus esfuerzos reducidos a cenizas durante un segundo. Narutomo lanzaba dardos de rebotaban en aquella armadura, Takemura estaba desarmado y Murakami había caído. Gritó a su samurái más veterano mientras lanzó su catana hacia él. Le pidió que usara el golpe poderoso, la antigua técnica del clan. Takemura interceptó la catana por la empuñadura y saltó sobre su enemigo con la mayor fuerza posible que pudo reunir. Narutomo impidió que Isuke elevara su catana interponiendo la suya. El resultado fue un golpe certero en mitad del yelmo. El casco cedió frente al filo de la catana de Takemura, dejando el rostro desnudo y asombrado de Isuke al descubierto. La catana se había quedado alojada en medio de la nariz. La sangre salió a borbotones cuando Takemura retiró el filo con un rápido movimiento. La penúltima pieza de aquella venganza había caído. Tan solo quedaba la cabeza del clan.
Regresaron al castillo de Edo para comparecer frente al Shogun. Aportaron las pruebas de corrupción del clan Ashikawa y reconocieron que cometieron aquellos asesinatos en nombre de la familia Takanashi, que debía ser vengada. Aquello proporcionó al Shogun la oportunidad de quitar de en medio a Ryuku. Le convocó frente a todos y ordenó que se practicara el seppuku. Tras dar escusas vagas y elusivas, lo obligaron a realizar la ceremonia. Aún así, el que fuera un imponente Daimyo no fue capaz de afrontar aquella muerte. Acabó siendo decapitado con deshonor y su clan despojado de toda posesión.
De esta forma Takanashi Genji consiguió las antiguas tierras de su padre, mientras que los Suzuki heredaron las tierras de Ashikawa, compartiendo vecindad con estos aliados. Al menos hasta que el viejo Daimyo del clan Suzuki perdiera la cabeza, aunque aquello forma parte de otra historia.