Viaje modelo
Michelle había cambiado su ropa informal en los servicios del aeropuerto. Salió a la terminal vestida con el uniforme de azafata. Laura Garnet y el señor Camus la esperaban. Había conocido a aquella azafata de veintitrés años hacía cuatro horas. Trabajaba en American Airlines y sería su llave para Los Ángeles. El señor Camus insistió en interceptarla aquella misma mañana. Subieron al coche con el maletín del anciano como único equipaje. Se reunieron de camino al aeropuerto con la azafata, en una cafetería del boulevard Rockaway, donde Laura le prestó aquel uniforme.
–Michelle vendrá conmigo, es imprescindible para esta misión. Deberás ocuparte de nuestros problemas aquí, en Nueva York. Cuenta con los hermanos cherokee. Te echarán una mano en todo lo que puedan. –Antes de desaparecer dentro de la terminal, se volvió a su ayudante por última vez. –Estad atentos a mi llamada. Si hace falta, haced turnos para contestar al teléfono.
Harry solo pudo asentir. Perdió de vista entre la multitud tanto al anciano como a su mujer. Michelle fue directa a cambiarse, debía practicar aquello de asumir papeles ajenos. Era una exigencia de su mentor. El señor Camus alcanzó al grupo de azafatas. Saludó con cortesía a cada una de ellas. Laura lo presentó como un tío abuelo suyo que le urgía llegar a Los Ángeles lo antes posible. Ofreció una amistosa charla hasta que su pupila estuvo preparada. Con una peluca pelirroja, ocultando su pelo rubio, y un maquillaje que suavizaba sus facciones, Michelle parecía otra persona. Se incluyó entre el grupo, pasando desapercibida. Laura la agarró por el brazo, sonriendo a sus compañeras y presentando a la nueva chica bajo un nombre falso. Los oficiales de vuelo encabezaron la marcha hacia la cabina.
–¿Usted quién es? –preguntó el capitán al anciano. El hombre mayor se mesó la barba, buscando una respuesta.
–Es mi tío, viajará con nosotros. Le ha surgido una urgencia y he decidido cederle mi asiento.
–Espero no causar problemas, capitán. Es un viaje urgente. Tendré un comportamiento ejemplar, podrá comprobarlo. –Michelle imitaba a las demás chicas, colocando las bandejas de comida destinadas a los pasajeros. Pasó desapercibida para los oficiales de vuelo. Se había mimetizado a la perfección aunque iba un segundo por detrás de sus compañeras.
–No será un problema, bienvenido a bordo.
Una vez se acomodaron en sus asientos, el señor Camus dejó descansar el maletín sobre sus rodillas y esbozó un plan.
–Nuestro objetivo es Frank Nacchio. Tiene información importante. Dirige una agencia de modelos en Whittier Boulevard, ahí lo localizaremos.
–¿Qué información?
–Las claves para acceder a La Toscana. Si acabamos con él, nuestros enemigos tendrán problemas para acceder a su efectivo.
–¿Qué es eso? ¿La región de Italia? ¿Una ciudad? ¿Un edificio?
–Se trata de un mercado en la sombra. La Toscana es la red financiera que sostiene el dinero negro. Participan desde grandes artistas hasta políticos. Todos ellos salpicados por la mafia. Si acabamos con Frank, único poseedor de las claves, estarán sin recursos una temporada. Un tiempo que necesitamos para movernos con libertad.
–¿Cómo quiere eliminarlo, señor Camus? –el hombre mayor se echó hacia atrás, apoyando su espada en el respaldo.
–No puede ser llamativo. Debe suponerse accidental. De lo contrario, se activará el protocolo de emergencia. Nuestro esfuerzo no habrá merecido la pena.
–Todavía tengo ese veneno que usé con Marconi.
–Contaba con ello. Te acercarás por su agencia. Serás una nueva modelo que quiere hacer carrera en el mundo del cine. Tal vez surja la oportunidad y puedas emplear ese veneno. Aquí está tu nueva identidad. Te vigilaré de cerca, por si se tuerce nuestro plan.
El señor Camus abrió su maletín, ofreciendo una carpeta con todos los datos a su aprendiz. En su interior rodó un extraño cilindro metálico.
–¿Qué es eso? ¿Una granada?
–Me lo regaló Sombra-de-Mapache. Es una granada aturdidora. Contiene gas somnífero para las incursiones no letales del ejército. Será nuestro talismán para este viaje.
El señor Camus cerró el maletín de nuevo, recostándose en su asiento y repasando en su mente los detalles que no había tenido en cuenta. Michelle pasó el resto del viaje estudiando su nueva personalidad, tal y como le había enseñado el anciano. De vez en cuando, él la sorprendía con preguntas sobre su vida que debía contestar en el menor tiempo posible.
–Magnífico, tu capacidad de adaptación es asombrosa.
Aterrizaron a las cinco de la tarde, según el horario local. Tras alojarse en el Hotel The West-in, marcharon a sondear el terreno. Desde que pusiera un pie en Los Ángeles, Michelle había adoptado la identidad de Lorena Norman. Andaba de forma distinta y se expresaba con un acento europeo indeterminado. Camus sonreía ante aquel camuflaje perfecto. Durante los dos días siguientes, forjaron la identidad de Lorena con fotografías de estudio y vídeos profesionales. Cuando tuvieron el material, fueron al negocio de su objetivo. Shinny-Star se llamaba la agencia de modelos donde Lorena Norman debía inscribirse. El señor Camus la mandó a sondear el terreno mientras él recavaba información. Entró en aquella oficina por la mañana, en su quinto día en la ciudad de la costa oeste. Deslumbraba como solo una modelo podía hacerlo. La secretaria de la entrada le ofreció un asiento mientras esperaba.
–¿De dónde procede? ¿Qué desea en concreto?
–Vengo de Europa y me interesa hacer carrera en el cine.
–¿De qué país viene usted?
–Bélgica. Estuve trabajando en GM Magazine como modelo. ¿Quiere ver mi dossier?
–Limítese a esperar. El director Macchio la verá en unos minutos.
Michelle aguardó conservando su papel de diva. Al cabo de media hora, la misma secretaria le pidió de nuevo que esperara. Así lo hizo, hasta cumplir dos horas sentadas en aquella silla. Había ido al baño en cuatro ocasiones. Comprobó, en cada una de ellas, su equipo. Tenía el veneno en aquella jeringuilla sin aguja, listo para ser vertido en cualquier vaso. Disponía de una pequeña navaja y una pistola de nueve milímetros, adquirida días atrás en el mercado negro. Era para usar en caso de emergencia, debía cumplir la discreción que necesitaba el señor Camus. De regreso a su lugar de espera, notó el calor de la sala. Habían desconectado el aire acondicionado. Aquello agotó la paciencia de Michelle. Cuando iba a abortar la misión, la secretaria le comunicó que podía pasar al despacho de Frank. Michelle forzó una sonrisa, mostrando más desagrado que simpatía. Una vez cruzó la entrada, sintió que la cosa no iba según lo esperado.
Macchio mantuvo una sonrisa depredadora desde que estrechara la mano de Lorena por primera vez. Debía tener unos cincuenta aunque sus operaciones estéticas lo estancaban en una edad imprecisa. En cuanto sus pieles se tocaron, el rechazo de Michelle estuvo a punto de sacarle del papel. Aquel hombre de aspecto plastificado clavaba su mirada en el abultado pecho de la diva. Superando aquella animadversión, Michelle entregó la carpeta de sus posados con una amplia sonrisa. Frank tomó aquellas fotografías, mostrando los dientes pulcros en una sonrisa congelada.
–Son estupendas –dijo el director, pasando rápidamente las páginas –. No hay ningún desnudo, eso es un problema. –Cerrando la carpeta y desechándola a un lado de la mesa, se puso en pie. Michelle había averiguado las intenciones de aquel hombre. Antes, incluso, de que acercara su paquete al hombro izquierdo de la mujer. Michelle fingió sorpresa. En parte, había quedado paralizada por el atrevimiento. Esperó a que su objetivo se restregara un poco más mientras deslizaba la mano dentro de su bolso. Cuando estaba a punto de disparar, llamaron a la puerta. Era la secretaria.
–Hay un señor que pregunta por usted, señor Macchio.
–Que espere, tengo asuntos importantes con Lorena Norman. –El hombre no se había apartado ni un milímetro de ella.
–Dice que es urgente, señor Macchio. Es el representante de esta extranjera.
Frank Macchio cambió de semblante. Separó sus genitales del hombro de Michelle y tomó asiento frente a ella. Era todo decepción. El señor Camus apareció detrás de la secretaria, ofreciendo su mano al director. Macchio, sin ocultar su disgusto, tardó unos segundos en devolver el saludo. El señor Camus, entonces, estiró su brazo por completo para accionar el mecanismo. De su manga apareció una Browning con silenciador, oculta bajo el traje. Tres disparos en el pecho dejaron inerte a Frank Macchio. Las cuatro balas restantes fueron directas a silenciar las intenciones de la secretaria. Con el cuerpo de Frank todavía convulso, el señor Camus rebuscó en sus bolsillos.
–Creía que tenía que ser discreto.
–He tenido que cambiar el plan. Este tipo quería secuestrarte. No estamos ante una agencia de modelos, es una farsa. Aquí captan a potenciales esclavas sexuales.
–Estaba a punto de disparar.
–Bien hecho, Michelle aunque eso podría haber empeorado tu situación. He preferido adelantarme. Hay tres tipos armados en el despacho contiguo. También me he ocupado de eso.
–¿Qué despacho?
El señor Camus dejó la respuesta para más tarde. Había localizado el estuche de metal del tamaño de una billetera. Disponía de un mecanismo para introducir una clave manual.
–Espero que siga siendo el mismo código…
Tras introducir un número de cuatro dígitos, la tapa de aquel estuche cedió al presionarla. Camus sonrió, triunfal. La hoja metálica se deslizó hacia arriba, revelando las claves de La Toscana. El señor Camus tomó el teléfono de aquel despacho y marcó el número de Harry. Contestó Sombra-de-Mapache en su lugar.
–Debéis usar esta clave antes de que acabe el día. No hay margen de maniobra, salid en cuanto cuelgue. ¿Está todo claro?
–Así es, señor.
Colgó el teléfono ante la atónita Michelle. Se había incorporado de aquella incómoda silla. Durante el registro, el anciano había dejado una jeringuilla sobre el escritorio. Estaba en el bolsillo de Frank Macchio.
–Pretendía drogarme. Por eso estaba tan cerca.
–Y abusar de ti en cuanto te hiciera efecto ese sedante. Cuando se hubiera cansado, te abría enviado a un edificio en Rodeo. Allí hubieras entrado en un infierno donde estarías sometida bajo drogas de diseño, ideadas para anular a cualquier persona.
–¿Sabías todo esto y no me habías avisado?
–En realidad, no lo sabía –dijo Camus, avanzando hacia la pared derecha del despacho –. Me he enterado esta mañana, cuando un viejo contacto me dijo de quién era esta zona. Ralph Grani. Conocido por sus redes de prostitución. Desconocía que Macchio trabajara para él. Fue mi contacto quien me lo ha advertido, hace una hora. En cuanto lo supe, vine directo a ayudarte.
Tras una inspección minuciosa, Camus pulsó el mecanismo camuflado que deslizaba la pared, desvelando una habitación anexa a aquel espacio.
–Como puedes ver, Frank no pretendía divertirse solo. Estaban esperando a su señal. Si la cosa no marchaba bien, podían reducirte a la fuerza.
–¿Están muertos?
–Lamentablemente, no. –Cambiando el cargador de su arma oculta, disparó en la frente y el corazón de los tres hombres inconscientes. –Los dejé inconscientes con nuestro talismán. El regalo de Sombra-de-Mapache me ha resultado muy útil.
–¿Cómo lo has conseguido?
–¿Ves ese conducto de ventilación? –la mujer asintió. –Va directo a la calle. Solo he tenido que tirar de la anilla, introducir la granada y esperar. –Desmontó la placa de aluminio y sacó la granada inofensiva, guardándosela en su traje –. Vamos, hay que marcharse de aquí.
–Espera, quiero mi dossier. Y todo el dinero que pueda encontrar aquí.
–Ah, está bien. Todos necesitamos una prima.
Descubrieron la caja fuerte de Macchio detrás de un panel camuflado, similar al tabique falso donde guardaba a sus lacayos. Funcionaba con llave. Abandonaron la agencia de modelos con ochenta mil dólares y ningún remordimiento. De vuelta en el hotel, Michelle se deshizo de aquel personaje como quien se deshace del papel higiénico una vez usado. Aquella experiencia había sido una pequeña decepción. Ni siquiera había sentido la satisfacción de haber matado a Frank Macchio.